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De contra

Confesiones de un periodista: Pichino, no habrá otro igual

Genio y figura. Hoy es leyenda. Recuerdo de José Luis Salvatori (17/9/66-3/10/2004). Un retrato del potrero más puro.


“Por los frutos se conoce al árbol y por los actos al hombre”. Así reza una frase colgada en su Facebook oficial, donde reviven sus memorables goles y vuelcan sus ruegos y respeto aquellos que lo admiraron. Imposible escribir este homenaje sin sentir un cosquilleo en todo el cuerpo. El corazón se acelera y el rostro se va cubriendo de humedad.

Fue un superdotado. El potrero en su estado más puro. Y un personaje intolerable con los árbitros, los compañeros, rivales y el público. Era un loco lindo y por eso le aceptaban sus desplantes y gritos. Sus quejas que siempre adornaba con una sonrisa pícara de niño travieso.

Es que Pichino era eso, un pibe grande, con un don especial y un carisma que sólo distingue a los elegidos. El crack. Para describir lo que significó en el fútbol de la Liga Deportiva del Sur es sencillo: la pegada, el panorama y la inteligencia de Riquelme y la precisión en la definición al estilo Enzo Francescoli.

Letal frente al arco (así lo certifican sus 274 goles), un guante en el pie derecho y esa ductilidad para tirarse atrás y acelerar el juego con una asistencia perfecta. No era rápido en sus movimientos (los asados y los excesos en la comida no se lo permitian) pero tenía una lucidez y una velocidad en su mente que lo convertían en un maestro.

Histriónico. Necesitaríamos varias páginas para recordar sus anécdotas y desnudar al personaje que estaba asociado al crack. En un partido ante Belgrano de Arequito, los hinchas lo insultaban cuando fue a ejecutar un córner. Se dio vuelta, los miró y sentenció: “No me quieren…bueno, ahora les hago el gol”. Por supuesto que la clavó en un ángulo. Olímpico. La reprobación se transformó en admiración.

En una final designaron a Atilio Sanabria como árbitro. El presidente de la Liga le advirtió que no se dejara manejar por el rubio que llevaba la 9 en la camiseta celeste. Cada vez que Pichino insinuaba una queja, el juez lo hacía callar. Promediando el complemento, “el Jóse” se arrimó con las manos atrás y Sanabria le permitió acercarse. Este fue el diálogo:

—Pichino: “Perdón árbitro, ¿usted puede correr y jugar con un dedo en la cola…?

—Sanabria: “¿Qué me está diciendo? Váyase de acá o lo expulso enseguida.

—Pichino: “Le digo esto porque en cada pelota parada el 2 de ellos me pone el dedo allí”.

Eso fue previo a un córner. Llegó el envío al área y Sanabria salió despedido con la roja en la mano para expulsar al defensor de Olimpia de Santa Teresa.

En otra ocasión había un hincha que lo atormentaba con sus reproches. Pichino se cansó, se arrimó al alambrado y le contestó: “Callate gordo, a vos te tienen que llevar en un camión jaula porque en un auto no te entran los cuernos”. Y a aquél que le gritaba debajo de un árbol porque no corría le dijo: “Salí de la sombra y vení vos a jugar al rayo de sol”.

Ególatra. Nene mimado. Le agradaba que lo elogiaran. No aceptaba críticas. Tenía un corazón enorme, pero caprichoso y rezongón. Nos conocimos en el 90. Nosotros fuimos por El País del Interior. Apenas nos divisó empezó su show. Lujos, gritos y amenazas al juez Aníbal Rodríguez. Cuando terminó el primer tiempo, pasó a nuestro lado y nos dijo: “El árbitro es un desastre”. El primo de la Fiera, quien venía unos pasos atrás contestó: “No le prestes atención, está loco”. Nunca habíamos vivido algo igual. A partir de allí nació la amistad y la admiración.

Hasta que llegó el prematuro adiós. Aquél domingo 3 de octubre de 2004, Alcorta se estremeció. El Loco se descompensó luego de un encuentro de veteranos y a pesar de los esfuerzos médicos se fue a alegrar el Cielo.

El velorio realizado en el gimnasio cubierto de Los Andes fue estremecedor. Las tribunas llenas y el desfile constante de fieles despidiendo al ídolo. El sepelio fue digno de un amado mandatario.

PD: A mi amigo. Días atrás de su partida para convertirse en leyenda, estuvimos horas en un bar céntrico tratando de convencerlo que no emigrara a Tucumán. Que aceptara la condición de ex jugador. Su noble corazón no soportó tanto dolor y dijo basta. La angustia que lo invadía era enorme.

Le debo las flores en su tumba. No me animo a visitarla. Este es mi homenaje… inolvidable y único Pichino. Por siempre genio.

La opinión de Osella

Diego Osella, quien fue especialmente invitado al partido despedida de Pichino, expresó su opinión. El oriundo de Acebal sentenció: “Fue un genio. Dentro y fuera de la cancha. El mejor que ví en las Ligas del Interior, junto con Chávez, quien jugó en Arrecifes. No recuerdo un 9 como él. Además un personaje. Lo recuerdo con mucho cariño”.

“Lo tengo a Pichino”

Rodolfo Ingaramo fue uno de los técnicos que más lo respetó. Fito recuerda que en la final del 92 en Santa Teresa, ante Olimpia, fue acompañado por sus hijos. Y uno de ellos dijo: “Papá, tenemos al arquero descompuesto y el suplente es rengo. Estamos fritos”. La respuesta del DT fue certera: “Tranquilo. Lo tengo a Pichino”. El 9 la rompió, marcó 3 goles y Los Andes fue campeón.

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