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Sociedad

Cómo medir el impacto de la investigación científica

Un físico argentino propuso hace 11 años un indicador numérico que se expandió y se usa en todo el planeta. ¿De qué se trata?


Para un lego, el diálogo que sigue puede resultar ininteligible, pero se trata de un clásico de las tertulias científicas:

—Perdón por la curiosidad, pero ¿cuál es tu hache?

—Creo que veinticinco.

—¿Con o sin?

—Sin, sin, claro.

—¡Felicitaciones!

¿Qué significa todo esto? El índice “H” es un indicador numérico propuesto en 2005 por el físico argentino Jorge Hirsch, profesor de la Universidad de California, con el objeto de cuantificar el impacto internacional del trabajo de un científico. La medida depende de cuántas veces sus artículos son citados en trabajos publicados por otros autores. En concreto, un investigador tiene un índice H si ha publicado H trabajos que han recibido al menos H citas cada uno. Supongamos que un autor ha publicado ocho trabajos que han sido citados, por otros autores, 14, 8, 4, 3, 24, 2, 1, y 0 veces. Para calcular su índice H, se organiza la lista anterior en orden decreciente de citas, es decir: 24, 14, 8, 4, 3, 2, 1, 0.

Dado que el trabajo que ha recibido 4 citas figura en la posición número 4 de la lista, el índice H de este autor es 4.

Existen varias fuentes bibliográficas donde consultar los valores de H de los científicos.

La comunidad científica acogió inicialmente con beneplácito el nacimiento de este índice, por varias razones: es fácil de estimar a partir de la información recogida por las bases digitales de datos, permite caracterizar objetivamente y mediante un único parámetro la obra de un autor científico, y evalúa de modo simultáneo su volumen global (número de publicaciones) e impacto internacional (número de citas). Sin embargo, no todas son rosas.

Comparando índices H

Dos investigadores de edades muy diferentes no pueden ser comparados entre sí mediante el índice H, por una sencilla razón: este crece con la edad. El análisis detallado de este hecho llevó a Hirsch a proponer un índice alternativo, al que llamó “M”, que daría una mejor idea del éxito relativo de un autor. El valor de M se obtiene dividiendo H por el número de años dedicados a la labor científica. Un índice M igual a 1 correspondería, por ejemplo, a un científico con H = 25 que haya trabajado durante 25 años. Al menos dentro de la física, Hirsch sugiere que M = 1 identifica a un científico exitoso, un valor de M cercano a 2 a una persona sobresaliente, y un valor de M de 3 a alguien realmente único, como por ejemplo un premio Nobel. Por algún motivo misterioso, sin embargo, el índice M no ha alcanzado la inmensa popularidad del H en la comunidad científica.

Es probable que en otras ciencias, como la química, la situación sea similar a la de la física. Dos de los químicos con mayor índice H son los profesores de la Universidad de Harvard, Estados Unidos, George Whitesides y Elias Corey; este último  premio Nobel en 1990. Con valores de H cercanos a 150, después de aproximadamente 50 años de trabajo les correspondería un M de alrededor de 3 (150 ÷ 50 = 3), tal como sugiere Hirsch. No por casualidad, trabajaron en las áreas paradigmáticas en las que la química ha contribuido a mejorar la calidad de la vida humana, como la generación de materiales de utilidad en biomedicina y la síntesis de sustancias orgánicas medicinales, respectivamente.

El mismo Hirsch advirtió que también sería erróneo comparar el desempeño de investigadores de campos científicos muy diferentes mediante el índice H, debido a las tendencias peculiares de cada área en cuanto a publicaciones y citas. Por motivos similares, tampoco correspondería comparar índices H de científicos que vivieron en épocas muy diferentes.

Mejora tu H

Si pudieran describirse acciones para aumentar el índice H personal, apuntarían básicamente a incrementar el número de citaciones, como por ejemplo:

Introducir en la línea de investigación cuestiones consideradas “de punta” en el mundo, ya que los trabajos que se publican dentro de estas temáticas tienden a ser más citados por otros colegas.

Publicar los trabajos en revistas del mayor impacto internacional posible, debido a que estas reciben, en términos relativos, mayores citaciones.

Postular para el dictado de conferencias en reuniones científicas. Es sabido que los científicos tienen tendencia a citar más a quienes tienen mayor visibilidad en los congresos.

Visitar centros de investigación de prestigio mundial e invitar a investigadores prestigiosos al laboratorio propio, ya que los científicos citan más a quienes conocen personalmente.

Publicar periódicamente trabajos de revisión de la literatura, que reciben un mayor número de citas que los trabajos originales de investigación.

En términos generales, la mayoría de los investigadores se comporta de este modo en forma natural, y sin intenciones deliberadas de mejorar sus índices bibliométricos, lo que se produce como consecuencia lógica del trabajo consecuente y dedicado a lo largo del tiempo.

Críticas al índice H

Apenas echó a andar, el índice H encontró obstáculos. ¿Cómo puede un simple número generar, casi por igual, adhesiones apologéticas y críticas acérrimas? En realidad no es el índice el responsable, sino su uso (y abuso) por parte de la comunidad científica, en la tarea de evaluar la calidad de sus miembros, y eventualmente para decidir el otorgamiento de subsidios, promover investigadores o profesores dentro de un determinado escalafón, o tomar decisiones en concursos para ocupa vacantes. Estas propuestas un tanto extremas han desatado críticas de toda clase hacia el índice H.

Una de ellas es que menosprecia la importancia de trabajos singulares, sobrevalorando la productividad. Este hecho es paradójico respecto de Hirsch, cuyo trabajo más citado es, abrumadoramente, aquel en el que propuso el índice H. No obstante, un incremento sustancial en el número de citas que recibe este trabajo específico no modificará el H de su autor. Idéntico caso se daría para un investigador que publicase muy pocos trabajos en toda su vida. Aunque estos fuesen extremadamente valiosos y reciban un gran número de citas, su índice H sería siempre muy bajo. Un ejemplo clásico es el del gran matemático francés Evaristo Galois, quien podría tener, como máximo, un H igual a 2. A la hora de realizar evaluaciones, sin embargo, estas situaciones deberían poder identificarse fácilmente por su singularidad.

Por otro lado, índices H anormalmente altos podrían corresponder a investigadores hipotéticos cuyos trabajos sean muy citados no por meritorios, sino porque son todos erróneos, o a quienes publican únicamente trabajos de revisión de la literatura, que son muy citados. Se trata, naturalmente, de casos altamente improbables. Las investigaciones realizadas en el marco de grandes consorcios internacionales de colaboración (aceleradores de partículas, estudios del genoma, y otras) ofrecen un escenario especial, ya que generan una gran cantidad de publicaciones con un enorme número de autores (en ocasiones de cientos o incluso de miles), y en las que el grado de participación de cada autor puede ser relativamente bajo. Estos trabajos conducen, por lo general, a coautores con índices H anormalmente altos, aunque la anomalía es también fácilmente detectable.

Medidas y excesos

Siempre que se habla del índice H, parece rememorar un pasaje de la película “La Sociedad de los Poetas Muertos”, en que el profesor Keating, magistralmente interpretado por el actor Robin Williams, pide a sus alumnos que arranquen y rompan una página de un texto sobre poesía. Su autor pretendía asignar parámetros numéricos cuantificables (“calidad” y “relevancia”) a los poemas, llegando a ubicarlos en un gráfico de coordenadas como si fueran objetos físicos mensurables. El índice H representa un intento similar de calificar en forma puramente numérica la obra de un científico, y hay quienes proponer abolirlo, siguiendo el ejemplo del profesor Keating.

Pareciera que el índice H, una criatura descarriada del quehacer científico, no nació para morir, de modo que será necesario todavía un largo debate sobre él mientras se intenta emplearlo con la mayor sabiduría posible. El poeta romano Horacio advirtió hace más de dos mil años que hay una medida para todo, en la versión clásica de su lema: “Est modus in rebus”. No obstante, esta locución también podría interpretarse en otro sentido: que el exceso en todo es un defecto. Las dos versiones se aplican al índice H: puede ser una buena medida mientras no se la use en exceso.

Licenciado en química industrial, doctor en química, investigador superior del Conicet. Premio Konex.

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