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Vida y Plenitud

¿Cómo le hablas a tus hijos?

¿Tomamos conciencia del poder de nuestras palabras? Las palabras siembran creencias en las mentes de nuestros niños. Son esas mismas creencias las que luego definen sus acciones.

Había una vez dos niños que patinaban sobre una laguna helada. Era una tarde nublada y fría, pero los niños jugaban sin preocupación. De pronto el hielo se reventó y uno de los niños cayó al agua quedando atrapado. El otro niño, viendo que su amigo se ahogaba bajo el hielo, tomó una piedra y empezó a golpear con todas sus fuerzas hasta que logró romper la helada capa, agarró a su amigo y lo salvó. Cuando llegaron los bomberos y vieron lo que había sucedido, se preguntaban cómo lo hizo, pues el hielo era muy grueso.

—Es imposible que lo haya podido romper con esa piedra y sus manos tan pequeñas, afirmaron.

En ese instante apareció un anciano y dijo:

—Yo sé cómo lo hizo.

—¿Cómo?, preguntó alguien.

—No había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo.

El poder de las palabras

¿Tomamos conciencia del poder de nuestras palabras? Las palabras siembran creencias en las mentes de nuestros niños. Son esas mismas creencias las que luego definen sus acciones. La pregunta rotunda es: ¿Los van a criar como seres libres, verdaderos, que sepan quiénes son realmente, o los van a seguir haciendo parte de la ignorancia y la manipulación del mundo, para que desde chicos respondan a la imagen que los demás tienen sobre ellos?

Imagen que obviamente empieza con la de sus padres y el hogar, que repiten lo que a su vez ellos han creído, lo que se les dijo que hicieran o no, que fuesen o no, según la aprobación de esa telaraña de mentes adormecidas que representa la sociedad tal como está barajada.

Criar hijos para que escuchen informaciones ilusorias, y crean en lo irreal a diario, para que sus mentes conozcan el pasado y el miedo al futuro, para que crean que son lo que no son, y no sepan que son, lo que sí son y no pueden dejar de ser, es fomentar ese matadero, del rechazo, la división, la diferencia, la superioridad, la destrucción de aquello que representa una amenaza, para la mente limitada, para la conciencia finita.

Criar hijos para que elijan un bando u otro, un equipo u otro, un candidato u otro, una religión u otra, un grupo, un partido, un dogma, una creencia, en detrimento de la totalidad de la creación, es ciertamente hundirlos en la ignorancia que genera sufrimiento, porque lo que no es unión es deterioro interno, y el sufrimiento es eso: la ausencia de amor, de un amor que trascienda, las meras elecciones y opiniones de la mente y la personalidad.

No cometamos el error de criar a un hijo con las voces absurdas negativas de la sociedad, de nuestros propios dogmas, para no prolongar la ignorancia de las generaciones: para no estancar más a los jóvenes, darles alas, que crean en su potencial infinito y sean seres conscientes de su divinidad habitando un cuerpo humano.

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