Espectáculos

Comedia bizarra sobre los límites de los vínculos

El grupo Carne Cruda  sube a escena la obra "Como blanca diosa", que cuenta con la dirección de Federico Piazza, en una comedia de enredos, donde el popular Sandro es una inspiración en los vínculos de parejas amigas. Los viernes en el Cultural de Abajo.


Viviana Trasierra, Fernando Soto, Federico Giusti e Inés Plebani, los protagonistas.
Viviana Trasierra, Fernando Soto, Federico Giusti e Inés Plebani, los protagonistas.

Por Miguel Passarini.

El universo de Sandro ha inspirado infinidad de propuestas artísticas, en muchos casos de valor incierto. Sin embargo esa variable, atravesada por la mirada siempre filosa y aviesa del dramaturgo y director platense Daniel Dalmaroni, adquiere ribetes diferentes. Así, plantando bandera en un territorio minado, Dalmaroni, convertido en uno de los autores más representados en la ciudad (se conocieron Una tragedia argentina, Maté a un tipo y El secuestro de Isabelita), juega, a través del grupo local Carne Cruda que dirige Federico Piazza, el juego que mejor conoce: el de una comedia de enredos algo renegrida y ácida que vira hacia otro lugar y no al del homenaje al Gitano, sobre todo porque aquí Sandro es apenas una anécdota, una vaga inspiración que abre una puerta a un mundo en el que se entrecruzan, con notable claridad ideológica la insatisfacción, la mentira, el ocultamiento, cierta deformidad del amor (si es que tiene una forma), y cierta perversión en relación con un modo de vincularse entre parejas “amigas”.
La obra, de cuatro personajes, comienza cuando Ema le confiesa a Milvia, su mejor amiga y esposa de Washington, que su hija no es de su marido Cliff sino que es fruto de un romance secreto con Sandro. En tono de comedia de enredos, lealtades y deslealtades terminan por exhibirse entre tardes de sol entre mujeres en un patio-terraza y juegos cómplices propios del universo masculino.
Dalmaroni arma un tablero en el que posiciona, como en el ajedrez, las fichas femeninas y las masculinas enfrentadas, como hablando idiomas diferentes, de códigos, para luego juntarlas y empastarlas llevándolas a un lugar, incluso, de cierta incomodidad para el espectador que encuentra en la risa, frente al disparate, una vía de escape.
Y es en ese espacio en el que se luce Piazza desde la dirección gracias a la puesta a punto de un elenco que supo borrar cuestiones de registros propios para abordar con singular elocuencia lo que pide Dalmaroni, que siempre trabaja la impronta de sus criaturas en un borde incierto entre verdad y mentira, entre lo aparente y lo concreto, algo que Carne Cruda superpone con un registro absurdo que dialoga perfectamente con la temática planteada, y que además se apoya en un atinado tratamiento del color en el vestuario y en un original uso de los objetos escénicos.
De todos modos, hay en esta versión, y quizás más allá de lo que propone el texto, un estado de perversión latente que potencia los vínculos (o los límites de esos vínculos) pero que, sin embargo, no termina de exhibirse, eligiendo el remate humorístico por encima de algunos climas que parecieran buscar correrse de ese lugar para jugarse a algo más oscuro en relación con aquello que se dice o se calla en las relaciones entre parejas, y sobre todo en los cruces ocultos de esas relaciones surgidos a través de cada uno de los intereses no confesados de sus integrantes.

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