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Ciencia y Tecnología

Ciencia en tiempos de oscuridad

Giordano Bruno y Galileo Galilei abrieron nuevos horizontes a la humanidad, a costo de ser sometidos a la autoridad de la Inquisición. Bruno sostenía que el sol es una estrella y Galileo fue el primero en usar telescopio en astronomía.


Galileo Galilei y Giordano Bruno, influenciados por Copérnico, iluminaron por medio de la ciencia el momento que les tocó vivir y abrieron nuevos horizontes a la humanidad en una época convulsionada. Ambos por su atrevimiento debieron someterse a la autoridad de la Inquisición. Ambos sufrieron condenas: uno enfrentó la hoguera y el otro se retractó.

Bruno en italiano significa oscuro y se lo usa sobre todo para referirse a la tez y al pelo.

Por extensión a oscuridad. Y es justamente la oscuridad en la historia de la humanidad la que permite ver con total luminosidad a ciertas personas que desafiando a su tiempo aportaron algo de luz. Tal el caso de Giordano Bruno, nacido en Nola (Nápoles) en 1548 quien, vaya paradoja, permanece en la oscuridad. Justamente sobre la teoría de luz, el nolano avanzaba sobre “la distinción entre los cuerpos celestes con luz propia (soles) y con luz refleja (planetas, entre otros, la Tierra), sosteniendo que en los primeros domina el fuego y en los segundos la tierra y el agua”, según el aporte de Ernesto Schettino en su trabajo “Funciones de la luz en la cosmología de Giordano Bruno”. Se debe tener en cuenta que el primer telescopio llegaría, recién, diez años después de su muerte.

¿Quién había sido este “oscuro” personaje? Astrónomo, filósofo, religioso y poeta italiano, Giordano Bruno proponía un salto al modelo copernicano sosteniendo que el Sol era simplemente una estrella. En síntesis, sus ideas científicas, intuitivas y presentadas como una narración, señalaban la pluralidad de los mundos y sistemas solares, el heliocentrismo, la infinitud del espacio y el universo y el movimiento de los astros. Estas conclusiones escandalizaban a la cristiandad más conservadora de la época.

Innovador, creador de teorías, lo admirable de este pensador renacentista fue su capacidad de atreverse a ficcionar la realidad del cosmos, a partir de los apuntes que había extraído de Copérnico. Su rebeldía expresada en ideas heterodoxas lo hizo un pensador libre y creativo. Y arriesgado, claro. Porque creaba una nueva teoría a la que iría a fundamentar con la lógica matemática ya que no contaba, en esa época, con los instrumentos que no tardarían en llegar.

En los tiempos de Bruno “era sumamente peligroso pensar por cuenta propia”, decía no sin razones, Schettino. Por todo esto y, además por su pensamiento teológico y su adhesión al panteísmo, fue condenado por las autoridades civiles de Roma a morir quemado en la hoguera, al ser encontrado culpable, por la Inquisición romana, de herejía.

A la edad de 17 años, Bruno había ingresado en la Orden de los Dominicos, donde se dedicó al estudio de la filosofía aristotélica y a la teología de Santo Tomás de Aquino, cambiando su primitivo nombre, Filippo por Giordano. A los pocos años dejó la Orden y se dedicó a viajar por Francia, Inglaterra y Alemania. En Inglaterra enseñó en la Universidad de Oxford la nueva cosmología copernicana atacando las ideas tradicionales.

De regreso en Italia, fue entregado por su protector y encarcelado por la Inquisición para ser quemado vivo en la hoguera al negarse a la abjuración de sus doctrinas. El proceso fue dirigido por Roberto Belarmino, quien posteriormente haría otro tanto contra Galileo.

En 1599 se expusieron los cargos en contra de Bruno. Las múltiples ofertas de retractación fueron desestimadas.

Finalmente, sin que se tenga conocimiento del motivo, y después de que Giordano Bruno decidió reafirmarse en sus ideas, el 20 de enero de 1600 el papa Clemente VIII ordenó que fuera llevado ante las autoridades seculares.

El 8 de febrero fue leída la sentencia en donde se le declaraba herético, impenitente, pertinaz y obstinado. Es famosa la frase que dirigió a sus jueces: “Tembláis más vosotros al anunciar esta sentencia que yo al recibirla”.

Fue quemado vivo el 17 de febrero de 1600 en Campo dei Fiori, Roma. Según Isaac Asimov, su muerte tuvo un efecto disuasorio en el avance científico de la civilización, particularmente en las naciones católicas, pero a pesar de esto, sus observaciones científicas continuaron influenciando a otros pensadores, y se le considera uno de los precursores de la revolución científica.

Galileo Galilei

Los paralelismos suelen ser, muchas veces, engañosos y contraproducentes. Siempre, un modo de justificar ex post, hipótesis ilusorias. De todos modos, el análisis histórico, la apelación al contexto y la vasta bibliografía ayudan a conformar los que pueden llegar a ser simétricos contrastes.

La historia de la ciencia suele aportar lo suyo. No estaría mal pararnos en pleno Renacimiento. Asimov, en Momentos estelares de la ciencia, lo describe a Galilei, anciano, postrado de rodillas ante los jueces de la Inquisición ante quienes negó que el Sol fuera el centro del universo y admitiendo que había sido un error enseñarlo así.

Galileo a los 66 años era el científico de mayor renombre en Europa. Había nacido en Pisa en 1564 y desde muy joven mostró aptitudes creativas: diseñaba juguetes, tocaba el órgano y el laúd, escribía poemas y canciones; hasta se destacaba como pintor. Un claro exponente del Renacimiento. Pasó los primeros años en un monasterio de Florencia donde, observando la oscilación de las lámparas que colgaban de los altos techos de la iglesia, descubrió la ley del péndulo cuando tenía 17 años. Comenzó en Pisa a estudiar medicina pero pronto descubrió su atracción por las matemáticas y la geometría.

A los 27 años desafió a Aristóteles e hizo público un experimento por el cual lanzó dos objetos de diferente peso desde la altura y ambos cayeron al mismo tiempo. Hasta ese día, por influencia del pensamiento del Estagirita, se creía que la velocidad con que caen los cuerpos es proporcional a su peso. Por lo tanto como lo señalara años después, George Bernard Shaw: “Todas las grandes verdades empiezan como herejías”. Por su “osadía”, Galileo debió emigrar. Para su fortuna, en la Universidad de Padua lo aguardaba un buen puesto y su fama como pensador y docente.

Galileo construyó su propio telescopio e hizo una demostración en Venecia. A los pocos meses descubrió las cuatro “lunas” de Júpiter. En 1611 llevó el telescopio a Roma y se ganó la admiración de algunos y la desconfianza de muchos.

Galileo fue un científico original. Además de los aportes científicos mencionados, halló una manera de medir el peso de los cuerpos en el agua, diseño un termómetro, construyó un reloj hidráulico y fue el primero en usar el telescopio en astronomía.

Como si fuera poco fue el primer científico en escribir en su lengua materna, abandonando el latín. En 1632 publicó un trabajo adhiriendo a la hipótesis copernicana, por lo que es llamado a Roma ante el Tribunal de la Inquisición. Después de pasar por un largo y agotador juicio que lo obligó a jurar que la Tierra se estaba quieta, se dice que dijo aquella famosa frase: e pur si mueve (y sin embargo se mueve).

Es justo reconocer que lo trataron con suma cortesía, permitiéndole regresar a Florencia donde pasó sus últimos ocho años de vida.

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