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Chile: sorpresas, en una segunda vuelta previsible

El balotage que se realizará el 17 de diciembre próximo pone en juego muchas cosas para el futuro del país trasandino. La participación ciudadana, una de las más bajas del mundo, será de nuevo clave.


El domingo 19 de noviembre pasado hubo elecciones presidenciales en Chile, para el período 2018/22, en simultáneo con las que permitirán renovar la mitad de los senadores y la totalidad de diputados, sumando también la elección de consejeros regionales.

Dicho de este modo, sin realizar aclaraciones importantes, parece sólo un proceso eleccionario más, en cumplimiento de los requisitos de todo Estado de derecho y de instituciones republicanas.

Sin embargo y, para entender ciertas cuestiones que lo volvieron un evento interesante para analizar y reflexionar, debemos tomar en cuenta algunos cambios y ajustes en la práctica electoral que Chile venía llevando a cabo hasta este momento.

A ello habría que agregar los efectos del carácter voluntario que tiene el acudir a votar para los ciudadanos chilenos, situación también que en estas últimas elecciones dejó al desnudo la baja participación.

En primer lugar, en estas elecciones se puso en vigencia la nueva ley electoral aprobada el 27 de abril de 2015, con la cual se sustituyó el sistema electoral binominal –que se aplicó por 25 años– por uno de carácter proporcional inclusivo (conocido en Argentina y otros países como sistema proporcional D´Hont).

Entre las virtudes contenidas en dicha ley se destacaba la posibilidad de alcanzar mayor representatividad, más parlamentarios para regiones; se aseguraba la representación femenina (los partidos deberán llevar un 40 por ciento de candidatas) y se disminuían las barreras para candidatos independientes.

La segunda innovación fue el llamado al sufragio de los chilenos en el exterior para la elección presidencial, habilitándose a una cifra aproximada a los 40 mil votantes.

Estas disposiciones expresadas en la letra de la ley, y cierto espíritu optimista que apuntaba a la responsabilidad ciudadana, fueron de algún modo desvirtuados por la propia dinámica del voto voluntario que tiene el Estado chileno.

Según cifras expresadas por diferentes fuentes, el domingo pasado estaban llamados a votar en forma voluntaria –dado que debe haber una inscripción previa– 14.308.151 electores dentro de Chile y 39.137 en el exterior.

De ellos, sólo acudieron a las urnas en el país alrededor de 6.686.000 y 22.990 desde el exterior. Haciendo un cálculo grueso, un poco menos del 50 por ciento emitió efectivamente su voto (al interior del país, la abstención fue superior al 53 por ciento).

Precisamente ese colectivo del electorado determinó que habrá una segunda vuelta, lo cual era previsible y se daba casi por seguro antes de las elecciones, pero los resultados generaron unas cuantas sorpresas.

Entre las más salientes: el candidato presidencial de Chile Vamos, Sebastián Piñera, alcanzó el primer lugar con un 36,65 por ciento de los votos, cifra inferior a la que habían pronosticado las encuestas, que lo situaban sobre un 40 por ciento.

Por su parte, Alejandro Guillier –si bien independiente, representa la continuidad de la centroizquierda de Michelle Bachellet–, logró un 22,70 por ciento, cifra por debajo de las expectativas. La gran sorpresa la dio el Frente Amplio, con un inesperado 20 por ciento.

También el crecimiento de una derecha ultraconservadora que rememora al pinochetismo, en la figura de José Kast, quien obtuvo casi un ocho por ciento, siendo el cuarto más votado y, como muchos señalaron, desgranándole votos a Piñera.

Y una Democracia Cristiana que quedó al borde de la desaparición.

Podría decirse que los resultados expresan dos visiones respecto de las reformas realizadas durante el gobierno de Bachelet.

Los que consideraron que habían sido muy profundas y temerarias optaron por votar a Piñera y su coalición; quienes en cambio le criticaban a la presidenta la tibieza y debilidad en apuntar a la concreción de reformas profundas, se decidieron por dar su apoyo al Frente Amplio.

Al pronunciarse sobre los resultados, la presidenta Bachelet llamó a los chilenos a la unidad y a continuar reforzando el progresismo que, en su opinión, ayudó a consolidar los logros sociales de la nación. Criticó, además, la baja participación y llamó a los ciudadanos a acudir a las urnas de forma masiva en diciembre próximo.

También los resultados marcaron un giro en la estructura del poder político de Chile, con un Parlamento que quedó dividido en tres grandes bloques y en el que ninguna fuerza tendrá la mayoría necesaria para aprobar leyes importantes.

Gane quien gane la presidencia en la segunda vuelta, encontrará allí obstáculos para implementar reformas, tanto si son de tendencia progresista o conservadora.

El escenario que se aproxima es de una febril negociación de diferentes sectores para acercar voluntades. Esta ya comenzó y parece ir gestándose un gran frente anti Piñera en el que Guillier no para de recibir apoyos, incluido el del expresidente Ricardo Lagos, su gran rival interno.

Mientras tanto, el Frente Amplio, que juega un rol decisivo para sumar al voto anti Piñera, se manifestó en el sentido que será necesario que aparezcan ideas claras y propuestas de reformas que puedan gustar a su electorado.

La segunda vuelta que se realizará el 17 de diciembre próximo pone en juego muchas cosas para el futuro de Chile. La participación ciudadana, una de las más bajas del mundo, será de nuevo clave.

(*) Profesora Titular de la Cátedra de Teoría de las Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencia Política y RRII (UNR). Investigadora del Conicet.

Espacio de colaboración entre este diario y la Escuela de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales para promover la reflexión y opinión de los asuntos globales.