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Caseros: la caída de Rosas y el cambio del modelo de país

Por Pablo Yurman. Para el autor la decisión de Urquiza de enfilar con sus soldados hacia Buenos Aires sólo puede ser llamada como: traición.


“Quizá el 3 de febrero de 1852, momento histórico en que tuvo lugar la batalla de Caseros –en la cual Inglaterra y el Imperio del Brasil, utilizando como mascarón de proa al gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza, derrotaron a las tropas de la Confederación Argentina– conforme junto al 16 de septiembre de 1955 y el 24 de marzo de 1976 una de las fechas más negras de la historia argentina”. (Gullo, Marcelo, La historia oculta).

El 3 de febrero de 1852 se libró la Batalla de Caseros, aunque en verdad tuvo lugar en inmediaciones del arroyo Morón, sitio donde hoy se emplaza, significativamente, el Colegio Militar de la Nación, al oeste de la Capital Federal. Con relativa paridad de fuerzas en torno de los 25.000 hombres por bando chocaron, por un lado, el Ejército de la Confederación Argentina comandado por el mismísimo Juan Manuel de Rosas; por el otro, el llamado Ejército Grande, integrado por tropas entrerrianas y correntinas, pero también por 3.000 soldados brasileños y otros tantos uruguayos.

La batalla fue relativamente corta, ya que, habiendo comenzado al despuntar el día, pasado el mediodía se había inclinado a favor de Urquiza. Rosas redactó con un lápiz y con cierta dificultad por haber sido herido en una mano su renuncia al cargo de gobernador de Buenos Aires y Encargado de las relaciones exteriores del resto de las provincias argentinas, que despachó a la Sala de Representantes, tras lo cual se embarcaría rumbo a Inglaterra, lugar en el que murió exiliado en 1877.

La patria chica

Pero acaso sea conveniente no perder de vista el significado profundo de la batalla que significó, en los hechos, un giro radical en la política nacional, tanto en lo concerniente a asuntos domésticos como exteriores. Al respecto dice Arturo Jauretche, citado por Gullo: “Caseros es la victoria de la patria chica, con todo lo que representa, desde la desmembración geográfica al sometimiento económico y cultural: la historia oficial ha disminuido su carácter de victoria de un ejército y una política extranjera, la de Brasil. Si para los liberales y unitarios la caída de Rosas y la Confederación significaba un cambio institucional y la posibilidad de un nuevo ordenamiento jurídico, para los intereses económicos de Gran Bretaña significó la destrucción de todo freno a su política de libertad de comercio y la creación de las condiciones de producción a que aspiraba. Para Brasil fue cosa fundamental. Derrotado siempre en las batallas navales y terrestres, Brasil tenía conciencia clara de que su marcha hacia el sur y hacia el oeste estaría frenada mientras la política nacional de la patria grande subsistiera en el Río de la Plata. Era necesario voltear a Rosas, que la representaba y sustituirlo en el poder por los ideólogos que odiaban la extensión y que serían los mejores aliados de la política brasileña”.

Es del caso destacar que la excusa esgrimida por Urquiza para levantarse contra Rosas, esto es, la necesidad de “organizar” el país a través de la convocatoria a un congreso que dictara una constitución escrita, deja mucho que pensar. Por un lado, no hay constancias de que el entrerriano hubiera tenido tantos pruritos institucionales mientras se desempeñó, desde hacía más de diez años, como gobernador de su provincia. Por otra parte, con independencia de todo lo positivo que una constitución escrita pueda brindar a la organización de un país, no es menos cierto que la Confederación Argentina se había establecido, como forma de organización confederal a partir de la firma, en 1831, del Pacto Federal que a pesar de no ser técnicamente una constitución operaba en muchos aspectos como tal.

La conducta de Urquiza obedeció a otras motivaciones que no excluyen las financieras, pero cuyo detalle excede este trabajo. No obstante, apuntemos que siendo en 1851 el comandante del Ejército de Vanguardia de la Confederación Argentina, compuesto por soldados y armamentos procedentes de todas las provincias, que se hallaba emplazado en Entre Ríos por la inestable situación que presentaba el Uruguay y la casi segura guerra que se avecinaba contra el Imperio del Brasil, en vez de dirigir ese ejército rumbo a Río de Janeiro (que es para lo que se lo había pensado), enfiló hacia Buenos Aires para algarabía de los unitarios exiliados, pero también de la corte imperial brasileña. En cualquier lugar del mundo tal conducta se llama de un solo modo: traición.

La Guerra de Secesión

En la misma época en que Argentina definía en los campos de Caseros un cambio de modelo de país y de sociedad, los Estados Unidos se preparaban para su propia guerra civil en la que, como resulta obvio en toda guerra fratricida, también se definía la opción por un determinado modelo social y político de desarrollo, descartando otro. La disputa en el país del norte no era, como suelen presentar los guiones de Hollywood, entre esclavistas sureños y abolicionistas norteños. La divisoria de aguas pasaba por un Sur que quería vivir de la sola venta del algodón a un único comprador mundial, Inglaterra, que pagaba muy bien ese monocultivo y vendía todo tipo de productos industriales a cambio, y un Norte que apostaba a un proceso de industrialización con políticas económicas drásticamente proteccionistas. Abrahan Lincoln, líder del partido republicano, representaba los intereses del Norte industrialista que quería cortar los lazos que lo seguían ligando económicamente a Inglaterra.

Como bien señala Gullo: “El resultado final de la guerra civil estadounidense, que más bien debería ser denominada segunda guerra por la independencia de Inglaterra, fue que el proteccionismo predominó en Estados Unidos como conjunto. La victoria del Norte aseguró que la política económica ya nunca más sería dictada por los aristocráticos terratenientes del Sur, que se habían aferrado a la «división internacional del trabajo» y a la teoría del libre-comercio promovida por Inglaterra, sino por los industriales y políticos del Norte…”. A juzgar por el devenir histórico de ambos países, es claro que el 3 de febrero de 1852 acá triunfó el sur del monocultivo, módicamente satisfecho con ser apéndice feliz de un imperio ultramarino, a pesar de que ese proyecto fuera para el disfrute de pocos en detrimento de una mayoría de excluidos.

(*) Abogado, profesor adjunto de la cátedra de Historia Constitucional Argentina, Facultad de Derecho, Universidad Nacional de Rosario

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