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Camisas negras marchan sobre Roma

Por Rubén Alejandro Fraga.- Hace 90 años unos 40 mil militantes fascistas liderados por Benito Mussolini iniciaban el asalto al poder en Italia.


Hoy se cumplen 90 años del inicio de la denominada Marcha sobre Roma que llevó al poder en Italia al líder del Partido Nacional Fascista, Benito Mussolini.

A diferencia de los otros aliados, Italia, que había recibido muy poco en el reparto del botín de guerra establecido por el Tratado de Versalles, se empobreció y quedó sumergida en el caos a causa de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

Su Parlamento estaba corrompido y paralizado y sus obras públicas se derrumbaban. La violencia izquierdista proyectó la sombra del bolcheviquismo. Muchos italianos, ansiosos de un cambio drástico, aunque temerosos de una revolución de ese tipo, se interesaron por el fascismo, un movimiento nacionalista “casi místico” que pedía un Estado unido por un hombre “superior”.

El movimiento fascista había sido fundado por Mussolini el 23 de marzo de 1919 en Milán, en una reunión de 120 nacionalistas, veteranos de guerra sedientos de acción, sindicalistas y antiguos socialistas. Este grupo heterogéneo de extremistas y aventureros se autoproclamó el primer fascio di combattimento. El nombre provenía del símbolo de autoridad de la antigua Roma, llamado fasces, un manojo de ramas atadas a un hacha. Pronto hubo fasci por toda Italia, relacionados con una serie de incendios, palizas y propaganda contra los socialistas y comunistas. Mussolini, socialista destacado y periodista hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, al principio se había opuesto a la guerra, pero siempre había visto la violencia como el camino más seguro para un cambio radical y contaba con una vanguardia de elite para provocar la revolución.

Incluso después de tener 35 representantes en el Parlamento, los fascistas continuaron con sus tácticas de terror contra los izquierdistas.

Mientras tanto, fueron ganando el apoyo de industriales, terratenientes, policías y oficiales del Ejército. El movimiento era cada vez menos claro en cuanto a sus objetivos, excepto el de tomar el poder.

Ilustración: Facundo Vitiello.

Benito Amilcare Andrea Mussolini, el Duce, fue el líder carismático de ese movimiento y en 1922 decidió que era hora de que el fascismo asaltara el poder. El viernes 27 de octubre de ese año, 40.000 de sus “camisas negras” marcharon sobre Roma, ocupando oficinas de correo y estaciones de trenes, amenazando con provocar una guerra civil si las autoridades les cerraban el paso. Armados apenas con algunas pistolas, mazas de acero y armas caseras, encontraron, sin embargo, poca resistencia por parte de un Ejército muy benévolo. Los “camisas negras” acamparon fuera de la ciudad bajo una lluvia torrencial. Estaban mal equipados, mal alimentados y desorganizados, de modo que la guarnición militar de Roma hubiera podido atraparlos fácilmente, pero el rey Víctor Manuel III tuvo miedo y se negó a imponer la ley marcial.

En vez de reprimir a los sediciosos, el monarca llamó a Mussolini a Milán y el 28 de octubre le ofreció el control parcial de un nuevo consejo de ministros. Al día siguiente, le pidió que formara un nuevo gobierno. Mussolini tomó el tren hasta Roma, pero las vías que llegaban a la ciudad habían sido cortadas por algunos soldados. El rey envió un coche para el líder fascista que entró a Roma a la cabeza de sus hombres el 30 de octubre. El primer comunicado del nuevo régimen decía: “Desde este momento, Mussolini es el gobierno de Italia”. Aunque el gobierno realizó cambios, colocando bajo el control fascista a la Policía, la administración pública, la banca y los sindicatos, casi todo siguió como antes. Los planes de Mussolini para Italia se postergarían más de dos años.

La transformación de Italia en un estado totalitario llevada a cabo por Mussolini se aceleró por una serie de acontecimientos fortuitos: cuatro intentos de asesinato entre abril y octubre de 1926. El primer atentado, perpetrado por una irlandesa trastornada, apenas lo hirió en la nariz. El gobierno clausuró varios periódicos de la oposición y culpó del acontecimiento a una conspiración internacional. El segundo lo llevaron a cabo un diputado socialista y un francmasón de izquierda. El resultado fue la proscripción del moderado Partido Unitario Socialista y de cualquier asociación (como la masonería) no aprobada por el régimen.

El Partido Fascista se hizo con el control de varios diarios independientes, incluido el renombrado Corriere Della Sera. Un anarquista que había vivido en Francia ejecutó el tercer atentado. Se desató una campaña de propaganda contra aquel país, cuyo gobierno despreciaba al Duce, a diferencia de Gran Bretaña.

Tras el cuarto atentado, realizado por un muchacho de 16 años –que fue linchado en el acto y cuyo cuerpo descuartizado fue paseado por toda Bolonia–, Mussolini decidió ejercer su poder absoluto.  Abolió el Parlamento, estableció una fuerza policial especial para los delitos políticos y “tribunales revolucionarios” para juzgar tales crímenes. Se instituyó la pena de muerte por traición, insurrección, incitación a la guerra civil y atentar contra la vida del dictador u otras personalidades del gobierno.

Muchos italianos aplaudieron la firmeza del Duce. A otros les disgustaba la represión pero pensaban que Mussolini era la única alternativa al desorden y al caos. Desde aquel momento, los que compartían otras ideas debían permanecer callados… o arriesgarse a morir.

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