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Reflexiones

Brasil: la izquierda paga caro sus excesos

En los próximos días se volverá a observar la ofensiva de la oposición para remover, a través de un juicio político, a Dilma Rousseff y el país hermano volverá a dar la sensación de estar viviendo una crisis sin remedio ni final a la vista.


Llegó febrero y, con él, la reapertura del Congreso de Brasil. En los próximos días se volverá a observar la ofensiva de la oposición para remover, a través de un juicio político, a Dilma Rousseff y el país hermano volverá a dar la sensación de estar viviendo una crisis sin remedio ni final a la vista.

Hasta ahora no se probó que la presidenta sea una corrupta y ni siquiera sus enemigos más enconados piensan que lo sea. Para la Constitución brasileña no basta con el mal desempeño para activar un “impeachment”, hace falta que se configure un “crimen de responsabilidad”: la ineptitud y que mil corruptelas ocurran bajo las narices de un mandatario no figuran en el listado que los describe.

Igualmente, el clima social es relevante. Una economía que perderá entre 2015 y 2016 casi un 7% de su valor y que sólo genera desempleo y ajuste infinito constituye un caldo que se espesa cada día. No sorprende entonces que la impaciencia de las capas medias de las grandes ciudades ya no tolere ni siquiera que la presidenta hable en televisión sobre la emergencia del zika: su presencia, para algunos al parecer más molesta que el aedes aegypti, motivó el miércoles pasado sonoros cacerolazos en varias ciudades.

Pero el futuro de Dilma no es la pelea de fondo. Sí lo es, en cambio, el porvenir de Luiz Inácio Lula da Silva o el del Partido de los Trabajadores…que es decir lo mismo.

“Las investigaciones contra Lula demuestran que las instituciones están funcionando y que nadie es inmune a la Justicia”, le dijo a este diario el analista político Marcelo Rech, director del instituto InfoRel. Por eso ya nadie allí asegura que no vaya a terminar preso.

Aunque el centroderecha argentino ponderó la moderación de los dos mandatos del ex tornero mecánico, al brasileño nunca terminó de soportarlo. La tolerancia de los sectores medios a su figura duró solamente lo que el viento de la economía internacional sopló sobre la región. Para los sectores acomodados, su nombre nunca generó amor precisamente.

Sí lo han amado los pobres, aquellos a los que prometió dar de comer “tres veces por día” y a quienes les cumplió. ¿Con viento de cola? Claro, pero eso no interesa porque, objetivamente, hizo por los eternos invisibles lo que ningún otro político había hecho antes.

Por esa razón su figura resiste todavía el vendaval de las acusaciones de corrupción. El temor de quienes quieren sacarlo de la cancha es que los movimientos sociales afines al PT, sobre todo el de los Trabajadores Sin Tierra (MST), salga a las calles masivamente para resistir la andanada. Eso conllevaría, claro, el peligro de un estallido, aunque es algo que está por verse. Por un lado, por la escasa disposición de los brasileños a las grandes movilizaciones; por el otro, porque son cada vez más quienes ven al ex presidente como un hombre que, si bien hizo mucho por los pobres, no se privó de aprovecharse del poder. Su bronce ya exhibe algunas manchas de óxido.

Las encuestas registran un descrédito generalizado de la clase política. De Lula, de Dilma y de las cúpulas del Congreso, también tocadas por las denuncias de coimas. Y de la propia oposición que intenta erigirse en improbable fiscal de la ética pública.

Así, Lula da Silva es todavía un candidato competitivo para volver en 2018, aunque un índice de rechazo cada vez más elevado comience a poner esa aspiración severamente en duda.

Si, además de esto, las acusaciones de corrupción terminan en algún procesamiento firme, sus deseos de revancha política se terminarían definitivamente. A esto apuntan sus detractores.

Según Rech, “Lula es el único plan que tiene el PT para reemplazar a Dilma. No hay otro. Sin él, el mismo PT puede terminarse. Quedaría muy poco del partido”.

Esto no es una figura. El opositor Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) le acaba de pedir a la Justicia que, en virtud de las confesiones de “arrepentidos” sobre una repetida financiación ilegal, “extinga” la personería del Partido de los Trabajadores.

¿Llegarán tan lejos las cosas? No se sabe. Como bien dijo el presidente de honor del PSDB, Fernando Henrique Cardoso, “el PT representa a sectores de opinión y es mejor que continúe activo”. Cada tanto el ex presidente encuentra espacio para la magnanimidad.

Lula y el PT, en tanto, se defienden denunciando un complot del establishment. Las investigaciones en curso tienen, a no dudarlo, mucho de dirigido, y lo que avanza en la Justicia y se propaga en los medios es, invariablemente, sólo lo que afecta a aquellos. Lo demás pasa casi como el parte meteorológico.

Pero esto no debe llamar a confusiones. Todas las evidencias indican que el PT, con Lula da Silva como protagonista estelar, al menos en lo que hace a las responsabilidades políticas, refinó y llevó al paroxismo esquemas de corrupción que eran preexistentes y que, acaso, perduren. Como dice el analista Rech, lo que está pasando “obligará al PT a reflexionar sobre el fin de un ciclo que podría haber transformado la realidad pero que se hunde en un pantano”.

Pensándolo bien, ni siquiera el futuro de Lula es la pelea de fondo. La izquierda brasileña acaso pague por mucho más tiempo del que se supone las trapisondas de hoy.

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