Espectáculos

Balance del Festival de Teatro de Rafaela

Bella y edificante idea de felicidad

Durante cinco jornadas, el encuentro que finalizó el domingo sumó 15 mil espectadores en 65 funciones, y se prepara para dar el gran salto.


Hace unos años fueron molinetes, esta vez, coloridos atrapavientos los que alternaron con las clásicas palmeras del populoso bulevar Santa Fe. De hecho, la profusión del color y una idea de felicidad instalada en una comunidad que festeja y aplaude cada función, año tras año, en el corazón de las Vacaciones de Invierno, se hizo carne a partir del concepto de “festival feliz”, que dio como resultado la conjunción Feliztival, acaso la palabra más escuchada y compartida como un hashtag en las redes sociales, en el marco de la 12ª edición del Festival de Teatro de Rafaela (FTR) que del miércoles al domingo último tuvo lugar en esa ciudad del oeste de la provincia. El FTR confirmó por un año más su imprescindible presencia en el mapa de los encuentros nacionales de proyección latinoamericana, con una identidad definida que, claramente, busca expandir sus horizontes, dar el gran salto (ya es hora), potenciar su enorme caudal y su incuestionable capacidad de gestión a manos de un equipo sensible e idóneo, porque las condiciones están dadas y sólo se trata, como pasa siempre, de una decisión política.
Primer encuentro dirigido por Gustavo Mondino, teatrista rafaelino que, claramente, continúa el recorrido marcado en los once años anteriores por su colega Marcelo Allasino (actualmente al frente de la dirección ejecutiva del Instituto Nacional del Teatro), durante cinco días, uno menos que en su edición anterior, el FTR ofreció, de la mano de 29 espectáculos, 65 funciones (con tres subsedes), y una cifra de espectadores que rondó las 15 mil personas, además de destacadas actividades especiales como los ya clásicos espacios de devoluciones de cada mañana que juntan a dialogar a creadores, críticos y público.
Salas, plazas, una gran carpa de circo, espacios alternativos y las calles de la ciudad conformaron, en su totalidad, un gran escenario, un concepto que desde hace algunos años reviste escala urbana, porque la ciudad es, claramente el escenario del FTR, y sus habitantes, los principales espectadores, más allá de los visitantes.
La profusión de poéticas en el marco de una programación cuidada, con una gran cantidad de espectáculos para toda la familia, que dada la enorme producción porteña frente al resto del país prioriza espectáculos que llegan desde Buenos Aires, es una marca de este encuentro y otra de las claves de su éxito, sobre todo pensando en un festival que logró pasar su primera década, marcar una diferencia en el mapa de los festivales argentinos, e instalarse con identidad propia en su comunidad y en la comunidad teatral de todo el país, para la cual llegar a ser programados en Rafaela es todo un logro.
En primer lugar, en el FTR, aparece fuertemente y en primer plano la diversidad de poéticas, que lograron convivir en un mismo espacio de programación, es decir en el contexto de una programación unívoca que no buscó (tampoco necesitó) en este tiempo segmentarse por sectores de público o gustos preinstalados. Por el contrario, fue la “prepotencia” de esa programación la que logró derribar cualquier obstáculo o prejuicio para ocupar su lugar. Pero, sobre todo, se trata de una programación cuya calidad ha ido in crescendo, poniendo de manifiesto la incuestionable e inagotable calidad del teatro argentino de producción independiente, de la cual Rafaela es su mayor vidriera.
Pequeñas joyas recibieron el clamor del público rafaelino, entre otras, Jettatore, lograda versión del clásico de Gregorio de Laferrère por Mariana Chaud; Brecht, de la magnífica dupla que integran Walter Jakob y Agustín Mendilaharzu; Todo piola, espectáculo imprescindible de Mariano Blatt, Gustavo Tarrío y Edgardo García; El amor es un bien, imborrable y edificante versión de Tío Vania, de Chéjov, dirigida por Francisco Lumerman; El grado cero del insomnio, otra experiencia arrolladora de Emilio García Wehbi, claramente uno de los creadores más talentosos de su generación, del mismo modo que la puesta rosarina Carne de juguete, dirigida por Gustavo Guirado, y con la actuación de la siempre sorprendente Claudia Schujman. La lista la completan, entre otras, La Pilarcita, donde la rosarina radicada en Buenos Aires María Marull propone una vez más un teatro de impronta regional con una historia bien contada, sin estridencias, lo mismo que pasa con la extraordinaria Constanza muere, de Ariel Farace, y la destacada actuación de Analía Couceyro, que está entre los momentos más altos del festival. Entre más, Los Monstruos, musical de Emiliano Dionisi y Martín Rodríguez que propone un giro sobre cierta tradición del género planteando un diálogo más abierto con el teatro, y el demoledor Prueba y error, de Juan Pablo Gómez, otro de los momentos más notables en términos de actuación y, sobre todo, de puesta a punto de un dispositivo infrecuente para el teatro, dejaron sus marcas en la historia del FTR, cuyo techo está muy lejos de su historia reciente.

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