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confesiones de un periodista

Barras: fueron, son y serán intocables

Los mafiosos de los barras son el brazo armado de la corrupción que impera en el poder político, gremial y dirigencial.


Las preguntas que nos hacemos todos son: ¿Será posible erradicarlos?  Sí. ¿Es tan difícil dar el paso? No. ¿Qué se necesita entonces? Decisión y seriedad. Los barras bravas imponen su accionar violento porque cuentan con el aval del poder político, sindical y dirigencial de los clubes. Se mueven como pez en el agua porque nadie se atreve a eliminarlos.

La policía, en especial, los que tienen mayor jerarquía, normalmente negocian con ellos y hasta reciben dinero para facilitarles el ingreso a los estadios. Los que se atreven a enfrentarlos (porque se los ordenan) siempre pierden y normalmente terminan golpeados duramente y sin una solución.

“El sistema no quiere que la violencia cese porque pretende continuar haciendo negocios. Si se acaba la violencia en el fútbol, automáticamente se cortan los curros de mucha gente”. Pablo “Bebote” Álvarez, actual jefe de la barra de Independiente.

Los barras cada vez tienen mayor poder e ingerencia. Manejan todo. La venta de drogas en la cancha (ganancias espectaculares), reventa de entradas, el merchandansing, los trapitos que cuidan los autos y hasta reciben un importante porcentaje por las transferencias de los futbolistas. Y con una gran ventaja: no tienen problemas en romper cualquier negativa a fuego y sangre.

“Yo trabajaba para la política, para algunos dirigentes y no eran todos kirchneristas como piensan. Eran muchos radicales y muchos otros que hoy están en el PRO”. Rafael Di Zeo, jefe de La 12.

Alguien nos decía los otros días. “No nos confundamos. En Inglaterra los Hooligans fueron desterrados porque esos grupos estaban conformados por profesionales (abogados, contadores, médicos, gerentes), que se excedían en el consumo de alcohol y sustancias y terminaban protagonizando verdaderas batallas campales. Cuando el gobierno británico se puso serio y firme y empezó a encerrarlos, comprendieron que si seguían por ese camino perdían sus trabajos y reputación. Por eso a los ingleses les resultó más sencillo terminar con los hooligans”.

“No estoy en cana por ser barra, sino por enfrentar a Aguilar y a todo este poder. Los barras que trabajan para el poder gozan de impunidad absoluta, y yo estoy condenado a perpetua”. Alan Schlenker, ex jefe de los Borrachos del Tablón.

¿Y en Argentina? Preguntamos. “Los barras son todos delincuentes. Ninguno tiene estudio y mucho menos un trabajo estable que perder. Nacieron y se criaron en la marginalidad. Al menos la gran mayoría de ellos. Antes de ir a robar un banco o cometer cualquier atraco que les puede provocar la muerte en un enfrentamiento armado o terminar en la cárcel, eligen meterse en las barras. Los negocios son superiores, reciben mayores ganancias y están más tranquilos. Y más si tenemos en cuenta que en este país cuentan con el respaldo de los políticos y sindicalistas. Nadie se atreve contra ellos. Y cada vez adquieren mayor protagonismo, porque el dinero que se mueve es enorme. Los que cayeron fueron por balas de las propias internas o porque se expusieron demasiado y molestaron la imagen de aquellos que le brindaban protección”.

Ellos mismos tienen los anticuerpos necesarios para frenar el accionar de aquél que se desboca y pone en peligro a toda la organización.

Los últimos desastres provocados por la desunión de los barras de Newell’s, quienes se peleaban por el dominio del paraavalancha tras la desaparición del Panadero Ochoa, fueron solucionados por un ex integrante de una de las facciones que manejó el club durante años.

El conocido protagonista de la historia, que hoy se pasea por la platea y tiene fuertes lazos con el sindicalismo y los políticos, juntó a los cabecillas de las distintas bandas y les hizo entender la importancia que tenía unirse y no enfrentarse en las tribunas por los daños que les generaban a la institución y la exposición pública, que inclusive perjudicaba al gobierno provincial. Entendieron el mensaje y hoy se reparten los frutos de ese arreglo y no significan un peligro. El “ex barra” fue bien recompensando por los funcionarios santafesinos, que se quitaron un espinoso conflicto de sus manos.

Lamentablemente ellos deciden en el fútbol argentino. Cada vez están más enquistados. Comprendieron perfectamente cómo funciona la maquinaria y la descomunal cantidad de dinero que se mueve en el ambiente. Ellos se comen una porción grande de la torta.

¿Y los dirigentes? Bien, gracias. O son socios o aceptan las consecuencias. No se les ocurra enfrentarlos, como aconteció con Javier Cantero en Independiente, quien terminó con el “Rey de América” yéndose por primera vez a la B.

Y precisamente, cuando el presidente del Diablo inició aquella quijotesca lucha (en realidad buscaba un rédito personal), nadie de sus pares levantó su voz o fijó una posición similar. Menos de la AFA y nadie del gobierno de turno.

Mientras el poder político, sindical y dirigencial se hagan los distraídos y necesiten de sus servicios, los barras continuarán creciendo y acrecentando sus ganancias. Usted, que paga su cuota social, adicionales y entradas, observará con las manos atadas y la impotencia a flor de piel el aterrador dominio que ejercen en las instalaciones de los clubes y en especial los días de partidos en el ámbito del estadio.

Los barras están y crecen porque los que mandan son tan o más delincuentes que ellos.

La Torcida fue pionera

Originalmente las barras bravas comienzan en Brasil, siendo conocidas con la palabra “torcida”. La primera hinchada fue la “Charanga” de Flamengo, creada en 1942 por Jaime Rodríguez do Carvalho. La Charanga llevó la música y los cánticos de las escuelas de samba a los estadios.

Después de la Segunda Guerra Mundial, un grupo de jóvenes croatas lleva el modelo brasileño a Europa y el 28 de octubre de 1950 se crea la primera barra brava en el Viejo Continente, copiando a los brasileños.

Desde ahí el movimiento se esparce a toda la zona de los Balcanes y también a Italia, para luego llegar al resto de Europa en años posteriores. En 1958 el fenómeno llega a Argentina, donde fueron denominadas primero “barra fuerte” por el diario vespertino argentino La Razón en octubre de 1958, a raíz del asesinato policial del joven Mario Linker en un duelo entre Vélez y River.

El término “barra brava” aparece en nuestro país a comienzos de los 60. En la década de 1980 el fenómeno llega a Chile, Paraguay y Perú. Posteriormente su uso se fue extendiendo por otros países de América Latina.

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