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Reflexiones

Ascenso de Wado, el más accesible de La Cámpora

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Desde Chapadmalal, donde Máximo Kirchner reunió al buró mayor de La Cámpora, se filtró –con el lenguaje lacónico que el kirchnerismo usa para los mandatos políticos internos– que en medio del affaire del fiscal Alberto Nisman Cristina de Kirchner saldría a cuerpear la crisis en persona y a jugar con los más leales, “los propios” en el dialecto K.

En los días siguientes, en particular el miércoles, cuando se terminó de coronar la salida de Jorge Capitanich, ese concepto hizo germinar un supuesto: que Eduardo “Wado” de Pedro, uno de integrantes del triunviro de jefes neocamporistas, iría al lugar que dejaría vacante el chaqueño.

Al final, la butaca de Capitanich la ocupó, por segunda vez en estos años, Aníbal Fernández, pero Wado se sentó en el sillón de más cercanía operativa y formal con Cristina, la secretaría General de la Presidencia, un cargo que en la larga temporada K fue sinónimo de Oscar Parrilli, más como show planner de actos y celebraciones, y como enlace con los piqueteros y algunos intendentes, que como usina política.

Con Wado, hijo de desaparecidos, abogado de 37 años, con banca en el Congreso desde 2011, el núcleo duro y original de La Cámpora llega a su lugar de mayor protagonismo. Aunque el jueves la presidenta afilió a Axel Kicillof en la agrupación, el ministro de Economía operó con sintonía propia, sin los protocolos de militantes o dirigentes.

De Pedro, vice del PJ nacional, apoderado del PJ bonaerense, es el neocamporista más accesible y confiable para el universo peronista: sin el perfil confrontativo de Andrés “Cuervo” Larroque ni el desgaste que éste tuvo al tener que armar enfrente de los PJ territoriales, y sin las prevenciones que genera José Ottavis, Wado entra en escena de gabinete sin generar los mismos recelos que los otros triunviros.

Es, aquí y ahora, el menos desgastado de los tres. Larroque enfrentó los sacudones de la denuncia de Nisman, que el juez Daniel Rafecas desestimó la semana pasada, y sus colaboradores y amigos lo vieron afectado por esa imputación y ciertas revelaciones mediáticas. Ottavis, diputado bonaerense, es un experto en mesas chicas que tras derrapes se siente más cómodo en la semiinvisibilidad. El ascenso de Wado ocurre paradójicamente cuando los equilibrios volátiles dentro de La Cámpora muestran un esquema inusual: históricos duelistas, Larroque y Ottavis se aliaron para limitar a De Pedro, a quien se suele indicar como el preferido de Cristina y quien mayor influencia ejerce sobre la presidenta.

Los tres, sin embargo, al igual que el resto del buró neocamporista –Juan Cabandié, Mariano Recalde y Mayra Mendoza– reportan, al margen de celos y tironeos, a Máximo K. Según esa lógica, los roles puntuales de cada caciquejo –Wado conciliador, Cuervo confrontativo, Ottavis negociador sigiloso– son variantes de una misma jefatura. “Era lo que hacía Néstor con nosotros”, interpretó un ultra K sobre aquellas disidencias.

Cercanías

La llegada de De Pedro a la Secretaría General responde, a priori, más a su menor desgaste que a su condición –aunque lo primero puede ser consecuencia de lo segundo– de dirigente considerado conciliador y accesible por los demás habitantes del planeta K.

Un detalle, poco habitual, alienta de todos modos la hipótesis de una gestualidad aperturista: el jueves último la presidenta dedicó menciones apologéticas a Juan Manzur, el tucumano –nacido en La Matanza– que era ministro de Salud y que quería dejar el cargo desde 2014, y de Capitanich, el ex gobernador que llegó al gobierno a fines del 2013 con la expectativa de operar casi como un primer ministro, pero se desgarró a poco de empezar el partido.

Manzur y Capitanich son, en la grilla electoral que viene, dos apuestas del peronismo K para retener territorios en peligro: el ex ministro de Salud como candidato a gobernador en Tucumán, sin chances para otra re–re–reelección de José Alperovich y la amenaza del radical José Cano; Capitanich como postulante a intendente de Resistencia para desde el municipio tratar de evitar una derrota del PJ en la provincia.

Esa conducta –¿también avaló un pacto de no agresión con José Manuel De la Sota?– alienta la interpretación de que la entronización de Wado, aunque implica un respaldo explícito a La Cámpora –es decir, a “los nuestros” en la simbología K– es un giro moderado y un mensaje de cercanía con el retroperonismo, los gobernadores e intendentes y la jerarquía partidaria.

De Pedro fue, en todo este tiempo, uno de los principales enlaces de Scioli con el universo ultra K. El otro es Kicillof, con quien el gobernador–candidato construyó un vínculo de cierta fluidez y confianza. En un tiempo de zozobra por la reacción de Cristina ante Scioli, la expansión de Wado fue festejada por el peronismo y, sobre todo, por el sciolismo. Florencio Randazzo, el antagonista de Scioli, también tendrá razones para celebrar: Wado construyó, por cuestiones prepolíticas, una relación con el randazzismo y a fines del año pasado, por orden directa de Máximo, viajó a Río Gallegos para escoltar al ministro de Transporte en un acto.

Como un sindicato de adivinos, o astrólogos en busca de indicios, los caciques del PJ tratan de encontrar una pista que los lleve a pensar que es factible, más allá de los elementos en contrario, que Cristina habilite una meganegociación con otras tribus del peronismo como alternativa para, juntado el PJ y ensanchando el núcleo K, encarar la presidencial con expectativas. La estampida de Mauricio Macri y el amesetamiento de Sergio Massa los hace fantasear con que se pueden nutrir de los votos y sectores peronistas que ahora están con el tigrense pero que, hacia adelante, gambetearán a Macri para ir a un armado PJ. Creencia de sobremesa, cálculos de trasnoche que ayer, con la llegada de Wado, el más amigable de los neocamporistas, volvieron a sembrar sonrisas.

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