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Aquella leyenda de “El Intocable”

Por Rubén Alejandro Fraga.- Hace 8 años moría el mendocino Nicolino Locche, uno de los más grandes campeones mundiales de boxeo que dio la Argentina.


Ilustración: Facundo Vittiello.
Ilustración: Facundo Vittiello.

Hoy se cumplen 8 años de la muerte de uno de los más grandes exponentes del boxeo argentino, el mendocino Nicolino Locche.

Septiembre fue un mes clave en la vida de Nicolino Felipe Locche, ya que vino al mundo el 2 de septiembre de 1939 –un día después del estallido de la Segunda Guerra Mundial– en Tunuyán y falleció el 7 de septiembre de 2005 en Las Heras, en la misma provincia.

Sin embargo, fue en un diciembre que el pequeño gladiador protagonizó una de las más grandes hazañas del deporte argentino: la consagración como campeón mundial en la categoría welter junior de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) tras vencer por nocaut técnico en el décimo round al hasta entonces monarca, el hawaiano Paul Takeshi Fujii, en Tokio.

Aquel jueves 12 de diciembre era de noche y llovía a mares en la capital de Japón, mientras del otro lado del mundo, en la Argentina, la actividad laboral matutina prácticamente se paralizaba para seguir por radio las alternativas del combate que se iba a desarrollar en el estadio Kuramae Sumo de Tokio.

Por entonces, sólo había TV de aire, en blanco y negro y después de las cinco de la tarde. Por eso el único medio para seguir las alternativas del combate en las lejanas tierras del sol naciente era la radio. La porteña Radio Rivadavia había enviado a Tokio al equipo integrado por Osvaldo Caffarelli, relator; Ernesto Cherquis Bialo, comentarista y Jorge Cacho Fontana, locutor.

Cuentan que la mañana previa al combate Locche sorprendió a Cacho Fontana en el bar del hotel donde se hospedaban repasando los textos comerciales que debía leer a la noche y descubrió que había un guión para el cierre de la transmisión reservado para el posible triunfo de Nicolino y otro por si perdía. “Dame eso”, le dijo Locche tomando el que aludía a la derrota y, rompiéndolo en mil pedazos, aclaró: “A éste no lo vas a necesitar”. Tal era la confianza que se tenía Nicolino que esa noche le daría una sorpresa a sus acompañantes: Tras una sesión de masajes se quedó plácidamente dormido en una camilla de los vestuarios del estadio mientras se desarrollaban las peleas preliminares. Ninguno de los que formaban parte de su pequeño entorno lo podía creer: el entrenador Francisco Paco Bermúdez, el promotor Juan Carlos Tito Lectoure, el sparring Juan Aguilar y el anunciador del Luna Park, Roberto Fiorentino.

Luego de esa “siestita”, Nicolino se fumó un cigarrillo a escondidas, subió al cuadrilátero y brindó un emocionante y perfecto concierto, una obra maestra de precisión y técnica boxística. Sabía que esa era su noche y no la iba a dejar pasar. Tenía 29 años y había esperado más de la cuenta para tener la chance de pelear por el cinturón de campeón mundial. Era un guerrero de más de 200 batallas al que nadie había noqueado. Un boxeador de técnica exquisita que mantenía intactas sus ilusiones pese a que ya había enfrentado a cinco campeones mundiales que no se animaron a poner en juego sus coronas –derrotó por puntos a tres de ellos y empató con los otros dos–.

Bautizado por los periodistas deportivos como El Intocable –apodo puesto por Piri García de El Gráfico, en alusión a la exitosa serie de televisión sobre Elliot Ness protagonizada por Robert Stack– por su singular maestría para eludir los golpes del rival, el arte de Nicolino atraía incluso a quienes detestaban el boxeo. Pícaro y escurridizo, era un maestro de la no violencia que prefería ganar las peleas eludiendo golpes antes que pegándolos. Una suerte de torero que ridiculizaba al toro pero no lo mataba.

Sin embargo, aquella noche a su andar chaplinesco –que los detractores decían que no era propio de un boxeador– le agregó certeros golpes que minaron la resistencia física y mental de Fujii, un campeón de aspecto marcial que había nacido en Honolulu, Hawai, Estados Unidos –incluso había servido como infante de marina estadounidense–, pero que estaba radicado en Tokio, había hecho toda su campaña en Japón y por eso peleaba con el respaldo del público local.

Aquella noche consagratoria El Intocable no se dejó pegar y pegó. Entre un amague, una zurda; tras un bloqueo, un cross; después de un paso al costado, un gancho. Impotente, lastimado, quebrado en sus reservas anímicas, meneando la cabeza, Fujii –con los ojos prácticamente cerrados de la hinchazón– decidió quedarse en su rincón cuando sonaba el timbre para el inicio del décimo round de una pelea que estaba pactada a 15 asaltos.

Desde la esquina opuesta, el único que lo notó fue Nicolino, quien interrumpió las instrucciones de Paco Bermúdez: “No, maestro, no hace falta… no sale… ¡No sale!”.

Del otro lado del planeta, la voz de Caffarelli pareció hacer cobrar vida a millones de radios en la Argentina: “Fujii no sale… ¡Nicolino campeón del mundo!”.

Nick Pope, el mismo árbitro que había proclamado el triunfo de Horacio Accavallo dos años antes, le levantó la diestra a Locche, quien se transformó así en el tercer boxeador argentino en logar el título de campeón del mundo. Y tal como había ocurrido con los peso mosca Pascual Pérez (en 1954 ante Yoshio Shirai) y Horacio Accavallo (en 1966 ante Katsugoshi Takayama), la consagración de Locche llegó en Tokio.

“¡Nisei, nisei! (maestro en japonés)”, coreó el público nipón, rendido ante semejante cátedra de boxeo de aquel pequeño coloso del ring, que le ponía una sonrisa a un deporte de aristas sangrientas.

El maestro había cumplido su demorado sueño. Aquel que le había prometido a sus viejos, don Felipe –quien no llegó a verlo campeón– y doña Nicolina, ambos oriundos de Messina, Italia.

Después, la llegada a Ezeiza y el delirio. Y la leyenda del Intocable agrandándose pelea tras pelea, cualquiera fuese el rival. Así, aquel poeta de la nariz chata, aquel artista que jugaba a que boxeaba y que se consagró en Tokio se recibió de ídolo en el mítico Luna Park.

El 10 de marzo de 1972, y por una bolsa de 80.000 dólares, peleó en Panamá con Alfonso Peppermint Frazer. Pero Nicolino era una sombra. Tuvo que bajar cuatro kilos en dos días. Y perdió el título en su sexta defensa. Fue el comienzo del fin.

Después, reapareció, colgó los guantes, reapareció. El 7 de agosto de 1976 hizo su última pelea en el hotel Llao Llao de San Carlos de Bariloche: ganó por puntos al chileno Ricardo Molina Ortiz. Dejó un récord de 103 victorias por puntos y 14 antes del límite, 14 empates, 3 derrotas por puntos, una antes del límite y una sin decisión.

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