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Aquel cometa llamado Xul Solar

Mañana se cumplen 54 años de la muerte, en la que fue su última casa, ubicada en el Delta del Tigre, del enigmático, polifacético, esotérico y autodidacta artista amigo de Jorge Luis Borges.


“Qué raro que la gente piense que es mejor creer en un solo Dios. Es un error. Si Dios es bueno, conviene que haya muchos dioses. Cuantos más dioses, mejor”. La frase, dicha cierta vez a su amigo Jorge Luis Borges, es de Xul Solar, el polifacético, esotérico y autodidacta artista de cuya muerte se cumplirán mañana 54 años.

Pintor, dibujante, astrólogo, inventor, metafísico, músico, lingüista, titiritero, arquitecto, diseñador, mago, creador de un mundo plástico inclasificable, cruzado por enigmas cabalísticos y secretos esotéricos, Xul fue un personaje clave para la cultura de Buenos Aires.

Pasó por la historia del arte argentino como un cometa. No tuvo antecesores ni dejó discípulos.

“Pero limitar a Xul Solar al espacio del arte sería empobrecerlo. Xul «se sale» de la pintura por todos los costados”, señaló el escritor Álvaro Abós, autor de la biografía Xul Solar. Pintor del misterio (Sudamericana, 2004) en la que, haciendo eje en esa cualidad polifacética, trata de explicar la diversidad en la formación, los saberes religiosos y profanos de Xul así como en las fuentes de su fabulosa creación artística.

“Múltiple fue también el ser humano Xul, un hombre a la vez carismático y reservado, universal pero inconfundiblemente argentino”, sostiene Abós.

Oscar Agustín Alejandro Schulz Solari nació el 14 de diciembre de 1887 en la localidad bonaerense de San Fernando.

Era hijo del ingeniero letón de origen alemán Emilio Schulz Riga y la italiana Agustina Solari, y se rebautizó a sí mismo, en el arte, como Xul Solar, por adaptación de sus dos apellidos: el Schulz se convirtió en Xul y el Solari en Solar.

Desde su juventud se interesó por la literatura, la música y la pintura. Estudió violín y piano y a los 22 años comenzó a escribir poesías.

Luego de estudiar dos años arquitectura en la Universidad de Buenos Aires, e iniciarse en el arte sin maestros, Xul, a sus 25 años, se embarcó rumbo a Londres.

Entre 1912 y 1924 deambuló por un viejo continente convulsionado por revoluciones, estéticas, políticas y sociales, incluida una guerra sangrienta. Se empapó de arte antiguo y nuevo, frecuentó la vanguardia parisina de Picasso, Apollinaire y Modigliani. Xul “paraba” en Zoagli, un pueblito de la Riviera Lígure, pero vivió largas temporadas en París, en Florencia, en Londres, en Munich, a veces en compañía de otro cachorro de argentino universal: Emilio Pettoruti.

En 1916, durante su estadía en París, adoptó su nombre artístico.

Pettoruti y Xul volvieron juntos en 1924. A su regreso a la Argentina, Xul formó parte de la revista Martín Fierro (1924-1927) y trabó amistad con escritores como Jorge Luis Borges y Leopoldo Marechal.

En Martín Fierro y bajo el ímpetu de Jorge Luis Borges, se reunían escritores y artistas talentosos e irreverentes. Se entrelazaban vanguardias artísticas y torrentes revolucionarios, doble vertiente a la que aportaban poetas como Raúl González Tuñón, novelistas como Roberto Arlt, y pintores como Antonio Berni, Emilio Pettoruti o Lino Enea Spilimbergo.

Personaje excéntrico, versado en religiones, en astrología, ciencias ocultas, idiomas (dominaba ocho) y mitologías, su amigo Jorge Luis Borges contribuyó a que se lo conociera, exaltando su figura singular, antes que su obra.

Y Leopoldo Marechal creó para él al personaje Schultze en su novela Adán Buenosayres. Sus amigos martinfierristas se encargaron de divulgar que Xul era inventor de una panlengua, que de algún modo reflejaba todas las lenguas de la Tierra, y del neocriollo. También había inventado un pan-ajedrez, en el que las casillas convencionales eran más y se relacionaban con las constelaciones y los signos zodiacales. Según Borges, Xul había creado varias cosmogonías en una sola tarde.

Es imposible, por su dispersión, estimar cuántos cuadros pintó, pero quizás rondan los 1.000. Sin embargo, expuso poco en vida, ya que puso toda su energía en la obra y no en la difusión.

La pintura de Xul Solar es fantástica, antes que surrealista, como a veces se la definió.

Cuerpos, máscaras, astros, cúpulas, ojos, banderas, escaleras, edificios, figuras precolombinas, signos de todas las religiones, flotan en el espacio, sin apoyatura. Recuerdan al arte primitivo rupestre. Y sugieren la realidad como una serie de visiones sin tiempo ni espacio. Son obras cromáticamente intensas aunque generalmente de formato pequeño.

Álvaro Abós destaca que Xul fue un aventurero espiritual: viajó por el mundo, por las religiones, el ocultismo, los lenguajes, la música y la invención. Lo había iniciado en el esoterismo uno de los ocultistas más populares y controvertidos, el inglés Aleister Crowley (1875-1947) conocido como “la Bestia”, cuya faz ilustró a comienzos de la década del 60, la tapa de un álbum de Los Beatles, lo que llevó a su redescubrimiento.

Xul Solar estudió la Cábala, el Corán, I Ching, el Tarot, las leyendas celtas y la Edda Mayor así como las fuentes del hinduismo y del budismo. Leyó a los grandes autores de la literatura mundial cuya obra se relacionaba con las enseñanzas herméticas, desde Dante Alighieri, el autor de la Divina Comedia, jefe de la asociación templaria Fede Santa, a William Blake. Pero también frecuentó a Swedenborg, Milton, Goethe, Narval, Poe, Baudelaire, Mallarmé. La oceánica curiosidad de Xul Solar (“cuanto más sé, más quiero saber”, confesaba) lo llevó a interesarse en los cultos de la América precolombina.

En la biblioteca de su pequeña casa de la calle Laprida 1214, en el porteño barrio Norte, como en una nueva Alejandría, se acumulaba la sabiduría del Oriente y del Occidente

Esa casa se transformó tras su muerte en el museo donde se exhiben parte de sus obras.

Abós se pregunta: “Xul Solar ¿fue cubista, expresionista, simbolista? Pero, ¿qué importa? Él mismo fue escéptico ante las etiquetas. Construyó una obra pictórica original que escapa a las clasificaciones, a la vez revolucionaria y arcaica, poblada de rascacielos, escaleras, torres, banderas, inscripciones y en la que se despliega una ciudad que es al mismo tiempo fortaleza gótica, casa de muñecas, cruce de laberintos pero también una Buenos Aires única, la ciudad de la fantasía y de la vida cotidiana, la ciudad de Xul”.

Xul Solar murió en el Tigre, el martes 9 de abril de 1963, después de haber pasado allí, en su casa “Li-Tao”, en el Delta, los últimos 10 años de su vida. Pocos días después se inauguró en la porteña Galería Riobóo una exposición con 44 de sus obras.

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