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historia

Algunas estampas del 25 de mayo de 1810 en la Villa del Rosario

La fecha patria pasó sin muchas novedades en la pequeña aldea, puesto que dependía de Santa Fe, en la que no informó a las poblaciones consideradas menores.


“Amados compatriotas, moradores del majestuoso Paraná, habitantes de Coronda y el Rosario a quienes la identidad de la religión y paisanaje conforma fuertes lazos”, declamaba Juan Francisco Tarragona, uno de los diputados electos –bajo una disputada elección– del Cabildo de Santa Fe para formar parte de la Junta Grande, que se reuniría en Buenos Aires y ostentaría el poder mientras el rey del Imperio español Fernando VII seguía prisionero de Napoleón Bonaparte en Bayona. La proclama al pueblo rosarino se dio muchos días más tarde que los sucesos del 25 de Mayo en la actual capital argentina: ocurrió recién en julio. La demora se debió a que la Villa del Rosario dependía de Santa Fe y era sólo ese cabildo el que definió a los representantes sin tener en cuenta a las poblaciones menores. Se podría señalar que la fecha patria pasó sin muchas novedades en la pequeña aldea a orillas del Paraná; sin embargo, desde Rosario se sumaron voces entusiastas a la Revolución. El cura Julián Navarro envió un saludo al presidente de la Primera Junta, Cornelio Saavedra, y el capitán rosarino Gregorio Cardoso también envió una misiva en la que saludaba a los “Balerosos (sic) fieles y leales basallos (sic) del arroyos del Pabon (sic)”.

Una aldea a la orilla del río

En 1810, Rosario no había accedido al grado de villa y debía conformarse con el apelativo de “capilla”, lo que también rebajaba las posibilidades de contar con mayor número de funcionarios. Eso llevó a que muchos de sus habitantes tomaran más de una función u oficio para poder sobrevivir. Pedro Tuella, a quien el historiador Juan Álvarez definió como un “hombre estudioso y sencillo, mitad literato, mitad pulpero, que a fuerza de asiduidad y lecturas concluyó por ser tolerable autodidacto”, había sido nombrado maestro de escuela en 1775, aunque años más tarde también fue administrador particular de tabacos y receptor de alcabalas. Fue tal vez el primer periodista rosarino que lanzó el periódico El Telégrafo, y sumado a esa actividad realizó un censo por su cuenta en 1802. Gracias a este recuento demográfico podemos saber que la región en la que se enclavaba Rosario, el Pago de los Arroyos, contaba con 5.879 habitantes, de los cuales el 85 por ciento eran “españoles”, es decir 4.934 personas (antes de 1810, casi todos los blancos eran españoles y no está claro quiénes habían nacido en Europa y quiénes en América), mientras 397 eran indios y 278 eran pardos y morenos. A los que se sumaban 265 esclavos. En el radio urbano, Tuella contaba 80 “vecinos”, refiriéndose a los hombres cabeza de familia, por lo que los habitantes de la Capilla del Rosario debían arañar los 400.

El comerciante inglés y sospechado de espía Juan Parish Robertson relató en su libro La Argentina en la época de la revolución cómo era el más acaudalado, el estanciero de la región Francisco Candioti, quien vestía de manera fina. También dejó comentarios sobre el común de los pobladores, en particular el gaucho pobre y rotoso, con el sombrero más pequeño que el inglés vio en su vida, botas de potro, espuelas de hierro, poncho y recado ordinarios y tristemente deshilachados. Portaba chifles de caña y una bolsita con galleta y sal. Parish también recordó haber asistido a una cena de una familia de buena posición en Rosario, donde los comensales se comportaron de manera irrespetuosa. Se arrojaban bolitas de pan con los dedos, las mujeres escupían y armaban cigarros con hojas de tabaco con la palma de las manos frotándolas antes en las piernas.

Rosario proletaria

Los ciudadanos pobres de la Roma antigua eran llamados proletarium, porque lo único que tenían para darle al Estado era su prole, que terminaba conformando las filas del ejército romano. Rosario también siguió ese ejemplo porque lo que en mayor medida brindó a la causa revolucionaria de Mayo fueron contingentes de jóvenes para luchar en la Guerra de Independencia. Aunque la villa fue despreciada y las noticias de la revolución de Buenos Aires llegaron a Santa Fe en junio, donde cambiaron las autoridades y pidieron el envío de diputados, Rosario equipó con hombres la defensa de la villa a lo largo de las costas del Paraná. El primer grupo de rosarinos fue a San Nicolás, pero es posible que de esos hombres no haya regresado ninguno porque la defensa en contra de los españoles fue un desastre. Sin embargo, dos años más tarde, los rosarinos tuvieron algunos mejores resultados cuando el Consejo de Regencia español designó a Francisco de Elío como virrey del Río de la Plata (con sede en Montevideo), quien entre sus decisiones propició una invasión a las costas del litoral santafesino. Por esa razón el gobierno revolucionario mandó a instalar dos baterías en Santa Fe y otras dos en Rosario, según refiere el historiador Darío Barriera. Así fue que, comisionado por el Triunvirato –al frente del gobierno revolucionario–, llegó Manuel Belgrano en febrero de 1812 e instaló las escuadras militares, una en la orilla occidental del río Paraná, en la Villa del Rosario, y otra en la isla frente a la aldea, a las que el abogado revolucionario devenido general llamó Libertad e Independencia. En ese marco, el 27 de febrero de 1812, Belgrano hizo formar a los soldados frente a una bandera que confeccionó con los colores de la escarapela, una insignia que no fue aceptada por Buenos Aires.

Revolución y género

No todos los hombres quisieron marchar a la guerra: hubo muchos que se negaron por diversos motivos. No eran afines a la política, daban prioridad a sus quehaceres y a su familia, o simplemente por temor. El cura Julián Navarro representa un caso opuesto porque, incluso antes de la Revolución, el sacerdote mostraba su militancia. El párroco fue un político ferviente y tuvo una disputa con el alcalde de Santa Fe, Isidro Noguera, encargado de imponer el orden también en Rosario. Apenas había pasado la fiesta de Reyes de 1810, el cura defendió al pulpero local y mandó a que quitaran la silla del alcalde del templo. El funcionario informó al virrey Baltasar de Cisneros con críticas al párroco, al que calificó de “borracho, mulato y muy dado al juego”. Navarro intentó proteger a la amante de Noguera cuando la esposa del alcalde estalló de ira contra la mujer. Manuela Pedraza era conocida como Tucumanesa porque era originaria de Tucumán, aunque fue más conocida fue por su heroica participación en la defensa de Buenos Aires durante las invasiones inglesas. Cuando llegó a Rosario se hizo amante del alcalde hasta que un día la esposa del funcionario la insultó en público. La Tucumanesa respondió y Noguera la castigó brutalmente. El cura buscó protegerla, pero se vio imposibilitado y terminó recomendándole el exilio. Navarro también eligió otros destinos: se hizo capellán de la causa revolucionaria y se alistó en el Ejército de los Andes, liderado por José de San Martín, donde tuvo una actuación destacada.

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