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Día a día

Aguante, reclamo y esperanza

Desde el comienzo del juicio por el triple crimen de Villa Moreno dos carpas instaladas en la vereda de Tribunales expresan la necesidad de esclarecer, difundir, contener y expresar la necesidad de que la Justicia se quite la venda.


La fachada de los Tribunales provinciales, en Balcarce y Pellegrini, cambia con el paso de los días, los crímenes y las movilizaciones. El edificio alberga un sinnúmero de causas a la espera de resolución y es el punto de encuentro de cientos de reclamos de vecinos que exigen el cumplimiento de la ley para todos por igual. Sus paredes tapadas de aerosol –que parece que cada vez se limpian con menor frecuencia– suelen ser el eco de un grito constante de justicia. Todos los años, a veces todos los meses y otras todas las semanas, la desesperación y el dolor aparecen representados a su manera, desde encadenamientos a movilizaciones, pasando por acampes de distinto tipo.

Hace doce días que dos carpas llaman la atención en ese acceso al edificio. Son las carpas del aguante por el juicio por el triple crimen de Villa Moreno y están ahí las veinticuatro horas. Los militantes que las ocupan reciben a familiares y amigos que declaran en la causa, informan a los transeúntes, organizan charlas e incluso festivales y ante todo están para que a ninguna hora del día pase desapercibido que allí se está realizando un juicio que puede replicarse en tantos otros crímenes que suceden anualmente en Rosario.

Aguantar podría ser sinónimo de esperar. El concepto, sin embargo, suena distinto. No huele a espera, que parece ser más dulce y relajada. Aguantar son siete letras llenas de pasión, una mezcla de tolerancia y aliento, de contención y resistencia. Pareciera que la palabra tiene algo encerrado adentro –¿de la garganta, la panza, el pecho?– y advierte que cuando salga va a explotar en llanto, risa y, por qué no, en justicia. En la Argentina el “aguantar”, además, se hace. Como si en algún momento de la historia hubiera sido necesario crear un concepto que diferencie del todo el aguante de la espera, la pasión de lo pasivo, la resistencia de la permanencia. Sucede cuando declaran las víctimas sobrevivientes de la dictadura y sus compañeros y familiares copan las puertas de los Tribunales federales. Sucede ahora, con el desarrollo del emblemático juicio por el triple crimen de Villa Moreno, y con los amigos y familiares de Jere, Mono y Patóm y con militantes sociales que se plantan día y noche en la puerta advirtiendo que, sin mano dura ni venganza, será justicia.

“Recordar es duro”

Lita Gómez de Suárez es la mamá del Mono, uno de los tres pibes asesinados la madrugada del 1º de enero de 2012. Está sentada tomando mate bajo el techo de plástico del gazebo instalado por calle Balcarce, casi llegando a Pellegrini. El 13 de noviembre, primer día de audiencias, fue su turno de declarar.

“Fue muy duro”, recuerda. “Tuve a esos asesinos frente a mí. Sentía mucha bronca e impotencia porque tuve también que recordar. Recordar todo el tiempo es duro”, dice.

Lita también recuerda que salió y se encontró con personas que la esperaban para darle un abrazo, una palabra de aliento.

“Salir y ver que están todos ellos es la mejor parte de esta lucha”, afirma.

El compromiso

El acampe se armó el 11 de noviembre. Son dos gazebos, uno abierto y el otro cerrado. Los jóvenes allí instalados dicen que ya los sienten como su propia casa. Las veinticuatro horas del día hay gente circulando por el lugar que oficia también de espacio de charlas y debate. Incluso la mamá de Franco Casco realizó allí su última conferencia de prensa.

“Esta carpa le hace el aguante a los pibes y pretende hacerle el aguante a todos los pibes de todos los barrios”, resaltó Pedro “Pitu” Salinas, militante del Frente Popular Darío Santillán. Para él, la carpa es necesaria, fundamental. “Es zarpado hacer esto”, concluyó el joven.

Salinas también declaró el 13 de noviembre. Contó que hasta ese momento se hacía el pelotudo a la hora de revivir aquella madrugada.

“El momento de declarar y reconstruir fue durísimo. Salí destruido, llorando como un nene y vi que estaban esperándome acá, con un abrazo y una ronda de mates. Fue importantísimo. El afecto es fundamental, fue lo que sostuvo a esta lucha. Necesitamos el aguante. Va más allá de la cuestión tribunalicia. Es decir quiénes eran Jere, Mono y Patóm”.

La tarea

“Nos hace bien estar acá. No podríamos estar cada uno en casa”, cuenta Florencia, también militante y aguantadora. Ella y sus compañeros pasan todos los días en la carpa, charlando y recibiendo gente. Muchos vecinos se han acercado con preguntas y con facturas. El intercambio con ellos, dicen los jóvenes de la carpa, es uno de los factores que más punto le suma en el transcurso de los días. Ninguno de ellos, como ninguna persona seguramente, había imaginado tener que enfrentarse como militantes a emociones tan reales y relacionadas con la vida y la muerte.

“Sabíamos que estas situaciones se daban pero creo que nunca pensamos que nos iba a tocar tan de lleno. No estábamos preparados para una situación así. Dos días antes del asesinato de los compañeros, habíamos estado en la casa del Mono festejando. De a poco nos va cayendo la ficha de que estamos acá en la carpa y adentro están estos tipos sentados comiéndose el juicio”, contó Catriel, otro de los chicos del Frente Darío Santillán. Y agregó: “La carpa simboliza y sintetiza un proceso de más de 34 meses. Es un símbolo de solidaridad. Sabemos que puertas adentro está la lucha, que es donde están las pruebas, pero también estamos afuera, en la calle. Muchas familias de chicos asesinados han sentido esta causa como propia, sienten que por fin un grupo se ha juntado y ha logrado llegar a la Justicia, siempre selectiva, por canales democráticos y no por mano propia”.

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