Espectáculos

Adiós al actor que supo que ser el mejor no era lo más importante

Por Miguel Passarini.- El mundo del espectáculo despide al gran Alfredo Alcón, figura referencial de cinco décadas de la escena nacional


alfredo-dentroMás allá de lo esperable de la noticia, la partida de uno de los más grandes actores argentinos de todos los tiempos enluta al espectáculo vernáculo y deja un vacío pronunciado en relación con el hombre que se mitificó como el “mejor”, un carga que, con cariño y templanza, sobrellevó a lo largo de más de 50 años de carrera. A los 84 años, murió Alfredo Alcón, alguien al que la palabra “consagrado” lo llevó siempre a empujar los bordes, a entregar todo, a dar un poco más.

Actor de cine, teatro y televisión, Alfredo, un artista que hizo de la actuación un estilo de vida, y uno de los pocos que recibió a lo largo de su vasta trayectoria el reconocimiento y cariño de sus pares, falleció ayer por la madrugada en su casa de Barrio Norte, debido a una grave insuficiencia respiratoria, después de estar internado durante cuatro meses en el Sanatorio de la Trinidad hasta febrero pasado.

Velado como los grandes en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso de la Nación desde ayer a las 15, Alcón fue el actor argentino “por excelencia”, el emblemático, ese al que la crítica lo miró siempre con respeto y admiración, el que marcó más de medio siglo del teatro, el cine (con cuarenta títulos) y aun la televisión, espacio al que se le animó en los últimos años y donde también supo brillar.

Tanto en la Argentina como en España, entre otros países, Alcón entendió como pocos la lógica de los más grandes autores de todos los tiempos, y así hizo propias las palabras escritas por Arthur Miller, Tennessee Williams, Henrik Ibsen, George Tavori, Eugene O’Neill o Neil Simon, entre otros, del mismo modo que Juan Villoro o Serge Kribus, aunque fue con el mismísimo Shakespeare que, según el paso del tiempo, dio en escena el mejor Hamlet o Rey Lear, sin olvidar en el medio al trágico Ricardo III.

Su último trabajo teatral, del año pasado, fue Final de partida, de Samuel Beckett (otro de sus preferidos), junto con Joaquín Furriel, donde una vez más dio prueba de un talento intacto y de una presencia escénica inconmensurable, con una voz que quedará grabada en cada una de las tablas de los escenarios que pisó.

Desde que debutó hace cinco décadas, la carrera de Alcón ha estado plagada de elogios. Quizás porque sus creaciones, en mayor o menor grado, transmitían una emoción singular, la misma que se colaba voraz entre sus palabras cada vez que ofrecía una entrevista.

“Mi madre, viuda, trabajaba en una fábrica –recordó en una charla que mantuvo hace unos años con El Ciudadano–. Sin embargo, yo me dediqué a estudiar arte dramático. Sucede que era otro tiempo. Si me pasara ahora, con suerte sería cartonero”. Respecto del éxito, en aquella misma charla, el actor había expresado: “Hay un momento, cuando uno hace un espectáculo, en el que los actores y el público respiran al mismo ritmo, pareciera que desaparece la distancia entre la platea y el escenario. Es un momento que, merced a las palabras del autor, uno siente que estamos todos en el mismo estado: tras una línea que decís, sentís la risa o el silencio. Es como una partitura que pareciera ensayada de antemano también con el público. No sé si eso es el éxito, pero es uno de los mayores placeres de contar cuentos, que en definitiva es el trabajo del actor”.

Con relación a compartir espacio en escena con otros actores (trabajó con los más grandes), y de las eternas oportunidades que dio a los más jóvenes de estar en escena junto con él, como pasó con Fabián Vena (Las variaciones Goldberg), Nicolás Cabré (El gran regreso) o Joaquín Furriel (Rey Lear, Final de partida), expresó: “Lo único que me condiciona para trabajar con un actor es que sea bueno, no me importa la experiencia sino el talento. Un actor malo estropea una escena, y hay actores buenos que prefieren un reparto mediocre creyendo que pueden salvar la situación, lucirse, algo que nunca sucede”.

 Memoria emotiva y vital

“A esta altura de mi carrera, trato de no utilizar la memoria emotiva. Por supuesto que todo lo que veo, lo veo desde mi subjetividad, y en ella está metida la memoria de mi vida. Hay cosas que me unen a los personajes, como me pasó con El gran regreso, donde mi personaje también era un actor, que siente que no ha tenido aún un gran papel porque no creyeron en él. Eso lo ayuda a vivir. De pronto, lo llaman de un teatro, se acuerdan de él y le ofrecen nada menos que Rey Lear. Entonces teme enfrentarse con él mismo. Siente y dice: «Cómo es posible que uno tenga vocación de hacer algo para lo que no sirve»”.

El mejor de los mejores

Respecto de la supuesta “pesada la carga” de sostener la opinión de la crítica y sus pares que siempre acordaron que se trataba del mejor actor de la Argentina, dijo: “No es falsa humildad, trato de ver claro; no creo que exista «el mejor», sí creo que, como en las orquestas, hay un músico para cada instrumento. Hay papeles que algunos actores pueden hacer mejor que yo, y viceversa. Es una generosidad que me llena de orgullo y que viene de los otros, porque podés ser muy buen actor pero si el otro no te lo quiere ver… Yo estoy orgulloso de mí en el sentido de que busco, no sé si encuentro, pero busco. Me gusta más la gente que busca que la que encuentra, más allá de que no sepa bien qué busca. Además, a la gente le puede gustar mucho lo que hace un artista pero sólo el artista conoce la distancia entre lo que hizo y lo que hubiera querido hacer. Esa es quizás la nostalgia del paraíso, de la perfección, no sé qué es, pero el otro nunca verá todo lo que uno siente que le falta. Yo no soporto verme, no me puedo emocionar ni reírme del chiste que yo cuento, no soy buen espectador de mí mismo. Cuando me veo en la grabación de una muy buena función que a la gente le gustó, una de esas noches en las que se «remonta el barrilete», generalmente digo: «Eso era lo que se veía de mí, yo pensé que se me veía el alma»”.

El primer crítico

“Hay que estar muy atento a lo que uno hace. Yo he hecho cada bodrio en el cine y alrededor había gente que estaba contenta con el trabajo. Una escena puede estar bien, hay que ver cómo funciona todo  junto. Lo difícil es contar un cuento y contarlo bien, aunque no esté muy bien peinada la primera actriz”, expresó acerca de su reconocido sentido de la autocrítica.

Argentina, lugar elegido

“Elijo quedarme en el país, no podría vivir en otro lugar. Voy a España, trabajo un tiempo, pero tengo que volver. Aquí, aunque suene una pedantería, cada palabra que yo digo le sirve a alguien y me sirve a mí. Yo sé cómo le resonaría hoy un poema dicho por mí a un argentino, a un español no. Siempre me acuerdo de Eduardo Galeano y de La función del arte: un nene le pide al papá que lo lleve a ver el mar. Padre e hijo van caminando por unas dunas y de repente huaa!!! el mar. Al ver esa cosa tan inmensa, escuchar los sonidos, toda esa conmoción que le pasa a uno cuando ve el mar por primera vez, el chico le pide al padre que lo ayude a mirar. Para Galeano, la función del artista, es la de ayudar a mirar”.

 Optimista del futuro

“El optimismo solo no sirve, como no sirven los valientes que no tienen miedo, porque no son valientes, son inconscientes. Hay momentos de mi vida en los que me pregunto «para qué todo», un gran vacío del que es víctima, creo, gran parte de la humanidad. Nos faltan razones para todo, nos invade la desesperanza y el aburrimiento, no vemos el futuro. También, si uno no tiene una utopía no puede vivir. Dicen que Dios escribe derecho con líneas torcidas. Sería hora de que escriba un poco más derecho ¿no? A lo mejor, el dolor sirva para ver, finalmente, que la distancia entre las personas no existe”.  Y completó: “Como decía Miguel Hernández: «Algún día, se pondrá el tiempo amarillo sobre mi fotografía», del mismo modo pasará con las notas y escritos sobre mi trabajo. En cambio, el afecto siempre está nuevo, siempre naciendo. A mí, como a todos, lo que más nos gusta es que nos quieran”.

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