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el mono en el remolino, de selva almada

Impresiones caprichosas

En “El mono en el remolino”, la escritora Selva Almada compila una serie de notas, postales “posteos de Facebook” con acertado tono lírico sobre el rodaje de la recientemente estrenada “Zama”, la película de Lucrecia Martel.


DIARIO/ ENSAYO
El mono en el remolino. Notas del rodaje de Zama
de Lucrecia Martel
Selva Almada
Literatura Random House / 2017; 93 páginas

No suele ser habitual en Argentina que se escriban diarios de rodaje de películas, no al menos de la manera en la que se hizo sobre, por ejemplo, la filmación de Fitzcarraldo, llamado Conquista de lo inútil, donde el relato de Werner Herzog  es poco menos que un viaje a lo desconocido, una suerte de travesía onírica en la que muy probablemente el realizador se haya sumergido. Pero ahora un pequeño libro, en hermosa edición ilustrada con fotos, vino a cortar esa inexistencia, se trata de El mono en el remolino, escrito por Selva Almada con la intención de que sus páginas sean  “Notas de rodaje de Zama de Lucrecia Martel” como se lee en la bajada del título. El libro, publicado antes del estreno de Zama en el país, ocurrido la semana anterior, no resulta ninguna guía para ver la película “porque es un libro que podría no haber existido, la película no lo necesita ni para difusión ni para que diga nada sobre ella”, como afirma Almada en la conversación que sigue. “Cuando le entregué el libro a la editora, yo le pregunté si no era muy corto y me dijo que el tamaño estaba perfecto, que pensara que era un capricho y tenía razón porque tiene una forma caprichosa, me gustó la idea de capricho”, dice la escritora entrerriana que cuenta en su haber con títulos como El viento que arrasa, Ladrilleros, Chicas muertas y El desapego es una manera de querernos sobre la forma que adoptó El mono en el remolino, un libro, como continúa diciendo más abajo, de impresiones, de postales, “como de fotografías que sacás a la distancia”. El resultado es justamente ése, el de rápidas imágenes de momentos de un rodaje que un ojo prodigioso supo captar volviendo cada detalle revelador –con un tono poético sereno y preciso– de un mundo muy particular, el de la filmación de una película de Lucrecia Martel –una realizadora nada fácil de asociar con el quehacer de la mayoría de sus colegas argentinos– en medio de pantanosas locaciones formoseñas, con no actores venidos de las comunidades aborígenes de la zona que convivían con los profesionales, y que adapta –con brillante imaginación– una de las novelas clave de la literatura argentina, Zama, de un escritor también clave, Antonio Di Benedetto. Zama, la película, fue elegida recientemente para participar en la preselección a las nominaciones para los premios Oscar y Goya y cabe preguntarse qué pensarían los miembros de las comunidades aborígenes que participaron si se les cuenta dónde verán las imágenes por las que ellos deambulan, porque para ellos la película era solamente eso que ocurría mientras filmaban, y al decir de Almada, “mucha de la gente de las comunidades ni siquiera ve cine”.

—¿Cómo surge la idea de estas notas, trazos, pinceladas de ciertos momentos del rodaje de “Zama”, teniendo en cuenta que es algo que no suele hacerse en Argentina?

—La idea de un libro, de que alguien vaya a ver el rodaje y después escriba sobre eso es de los productores de la película, Santiago Gallelli y Banjamín Domenech, ellos se enteran que Lucrecia tenía este proyecto parado y le proponen ser sus productores, y se les ocurrió esta idea de buscar un escritor que vaya al rodaje y que después cuente lo que le parezca sobre eso.

—¿Con esa libertad?

—Totalmente, por eso acepté, lo que yo les dije es que no podía ir dos meses y medio para hacer un diario de rodaje porque tenía otros compromisos, y me dijeron que no importaba ya que no tenían ninguna idea preconcebida, que lo que querían era que vaya, mire y luego escriba lo que a mí se me ocurriese, y me pareció una buena idea escribir con esa libertad; cuando fui no tenía idea de qué tipo de libro podía llegar a hacer con eso.

—El libro es como una decantación de todo lo que viste.

—Sí, una decantación de todo lo que pensé más todo lo que recogí ahí; primero pensé que podía ser más un libro de entrevistas con las diferentes personas que trabajaban en la película, después el género entrevista no me convencía tanto. Empecé a pensar en un libro que hablara de este rodaje y de un intento anterior que había habido de hacer Zama, que era un proyecto de Nicolás Sarquís de los 80 y sabía que había llegado a filmar dos semanas, que había material de ese rodaje que lo tenía el hijo, pero no lo pude contactar. Entonces empecé a escribir mis impresiones y notas del rodaje, y surgió una serie de textos, que después los recorté hasta llegar al libro que finalmente se publicó, que es un libro de recortes sobre recortes, de momentos, revisaba las entrevistas para ver qué me interesaba de todo lo que me habían contado, técnicos o actores o por ejemplo gente de la comunidad Qom<; ahí aparecieron cosas como las que cuento sobre el maestro indio que a su vez era rugbier o sobre Teresa Rivero, que es una especie de monólogo de una de las mujeres Qom que cuenta su historia.

—En el film actúan los miembros de las comunidades originarias Qom, Pilagá y Guaraní, es interesante la visión que ellos tienen acerca de lo que se está haciendo.

—Siempre me pareció más curioso el que no era actor profesional, porque el profesional sabe que está filmando una película, hace el trabajo y después pasa a otra cosa, pero para estas personas, de golpe trabajar en una película era otra cosa, porque muchos de los que participaban ni siquiera ven cine, me preguntaba qué efecto produciría participar de algo que ni siquiera iban a poder ver; para ellos la película era eso que estaban haciendo allí, lo que ocurría en ese momento y nada más. La directora de casting me explicaba que cuando estaban seleccionando a la gente de las comunidades, le resultaba muy difícil hacerles entender que no era un documental, donde ellos hacían de sí mismos. Hacerles entender que no estaban ahí para eso sino para componer un personaje, era muy complejo, que pudieran ver la diferencia entre ser ellos y ser un personaje, alguien que no existe, traté de escribir sobre eso.

—El nombre de tu libro remite a una escena del primer párrafo del libro donde Zama mira el cadáver de un mono en el agua.

—Esa es una escena tremenda y sentía que a mí también me había pasado eso con el libro hasta que le encontré el rumbo, empecé a tener alguna idea sobre cómo iba a ser, pero hasta que eso no ocurrió, me sentí un poco un mono en el remolino, dando vueltas sin saber para dónde ir.

—Más allá de que el libro da una idea de que se está filmando una película también puede leérselo como un relato con personajes que entran y salen…

—Me planteé que fuese un libro que no estuviese sólo pegado a la película, que para leerlo no tuvieses que ver la película porque no va a echar luces sobre ella, sino que es un proyecto paralelo que habla de alguna escena en particular o de algo concreto del rodaje pero que también se puede leer como impresiones de un lugar. No quería hacer una crónica donde apareciera el personaje de la cronista yendo a ver el rodaje y contando lo que veía, no quería textos en primera persona, sino que pensé en una narradora en tercera, me gustaba esa idea porque era la forma en que yo había participado de ese rodaje. Para mí había sido bastante incómodo porque cuando llegaba veía cerca de 50 personas que tenía cada una su actividad específica y sentía que yo sólo estaba mirando y hasta te sentís un poco inútil porque estás en medio de gente tirando cables, gente que maquilla a otra gente; entonces traté de mantener cierta distancia para no interferir, para pasar desapercibida; me parecía que estaba bien porque era la distancia que yo había tomado en la experiencia de participar del rodaje y eso me permitió una observación más panorámica, son como postales, fotografías que sacás a la distancia.

—¿Qué obtuviste como experiencia de escritura?, porque en su lectura se pueden encontrar rastros de tu libro “Chicas muertas”.

—A mí la crónica me gusta mucho, como género, lo que me pasó un poco con Chicas muertas es que fui corriéndome de las líneas que baja la “crónica latinoamericana”, que son muy moldeadas; traté de escribir sin tener que impostar una voz que no es la mía, de ahí salió Chicas muertas y me imagino que hay como vasos comunicantes con este libro pero también era salirme de esa primera persona.

—Y que te permitiera transitar como en un travelling….

—Claro, poniendo el ojo en lo que me parecía importante, me gustó encontrar esta forma de escribirlo, en una forma que hasta podría vérsela como posteos de Facebook, a los que no llegué sin poco trabajo, sino todo lo contrario, me costó más escribir poco que escribir mucho, en realidad escribí mucho para después recortar y llegar a esas especies de haikus. Cuando le entregué el libro a la editora, yo le preguntaba si no era muy corto y me dijo que estaba perfecto y me dijo que pensara que era un capricho, y tenía razón porque es un libro que podría no haber existido, la película no lo necesita ni para difusión ni para que diga nada de ella y también porque tiene una forma caprichosa, eso me tranquilizó y me gustó la idea de capricho.