Edición Impresa

Los jóvenes de hoy y la lectura

Por Silvana Comba / Edgardo Toledo.- La discusión sobre si los más chicos leen o no está instalada desde hace años, pero las nuevas generaciones leen otros textos, en nuevos lugares, con usos distintos y diferentes formatos. Leen blogs y se leen y se miran en las redes sociales.


En los últimos años es común escuchar, principalmente desde los ámbitos vinculados con la cultura y a la educación, que los jóvenes no leen. Con esta expresión, específicamente se refieren a que no leen libros. Desde la modernidad, el libro se convirtió en el objeto principal de acceso al conocimiento a tal punto de que no resulta necesario aclarar que “los jóvenes no leen” significa que no leen libros. Generalmente este tipo de opiniones continúa, luego, con los presuntos culpables de la falta de motivación por la lectura: la televisión, en un primer momento, ahora acompañada por internet.

Aunque cueste imaginarlo, la lectura de libros no siempre gozó del prestigio que aún hoy ostenta. La historia de la lectura en Occidente muestra derroteros apasionantes que ponen en evidencia su relación con el poder, con el contexto sociopolítico de cada época. En el libro De Gutenberg a internet. Una historia social de los medios de comunicación, Asa Briggs y Peter Burke cuentan que en la Venecia de finales del siglo XVI –Venecia era el principal centro de edición y comercialización de libros de Europa en el siglo XV– “un trabajador de la seda fue denunciado a la Inquisición por «leer todo el tiempo» y un herrero porque «se pasa la noche entera leyendo»… la lectura era una actividad peligrosa, sobre todo cuando la practicaban grupos subordinados como las mujeres y la gente común”. Las lecturas de ficción también eran temidas porque podían despertar, sobre todo en las mujeres, emociones peligrosas como el amor.

Las pantallas

En nuestras sociedades de múltiples pantallas, evidentemente la relación de los jóvenes con la lectura está cambiando. Leen otros textos, en diferentes lugares, con usos distintos. Leen blogs, se leen/miran en las redes sociales e interpretan símbolos. Los nuevos libros necesitan hipervínculos, se diseñan para ser leídos en la computadora o en tablets, se hacen en celulares y algunos se escriben utilizando el habla-escritura característica de los mensajes de texto. También se los puede pensar como registros de la actividad oral y online. “Ahora, cuando decimos que vivimos en una sociedad multicultural no es por la diversidad de razas, etnias o religiones, sino porque es una sociedad donde conviven la cultura oral, escrita, audiovisual y la hipertextual o digital”, enfatiza Roxana Morduchowicz, directora del Programa de Escuela y Medios del Ministerio de Educación de la Nación.

Las maneras de leer están íntimamente asociadas con los soportes, con los cambios de formato de los libros. Durante la era de los manuscritos y en los primeros siglos de la imprenta, se practicaba un tipo de lectura intensiva. Había pocos libros y estos eran objetos sagrados, a los que siempre se volvía. A fines del siglo XVIII, con Londres como gran centro editor que había desplazado a Amsterdam (siglo XVII) y a Venecia (siglo XV), se produjo lo que algunos historiadores denominaron una revolución de la lectura, a favor de un tipo de lectura extensiva, que consistía en hojear, saltar capítulos, consultar diferentes libros –que ahora eran muchos y diversos– para informarse acerca de un tema en particular. No es extraño que hoy, ante el crecimiento exponencial de la información que circula por las redes, una práctica habitual de lectura sea surfear las pantallas. De todos modos, antes como ahora, y dependiendo de los objetivos de la lectura, es posible practicar alternativamente el estilo intensivo y el extensivo. La estructura de los libros tal como se conocen actualmente fue el resultado de distintos tipos de operaciones sobre los textos, cada vez más divididos en capítulos, en párrafos, con notas al margen, sumarios e índices alfabéticos –y de otros tipos– que ayudaban a los lectores a encontrar la información que buscaban. Es lo que aún falta desarrollar en relación con los textos digitales que, en algunos casos, son idénticos a las páginas de los viejos libros puestas en las pantallas o a los rollos de la antigüedad, como sucede cuando se hace scrolling.

Sociedad de consumo

El contexto más amplio de la revolución de la lectura, con su epicentro en Londres durante el siglo XVIII, fue lo que Biggs y Burke denominan el nacimiento de una sociedad de consumo. Se empezó a comercializar el ocio con, por ejemplo, las carreras de caballos en Newmarket, los conciertos en Londres, óperas en la Real Academia de Música, conferencias sobre ciencia en cafés y bailes y fiestas de máscaras. Y también fueron aceptados los libros de entretenimiento, desde chistes a novelas, que anteriormente se encontraban con la resistencia que oponían principalmente los clérigos y los padres de familia. Hasta ese momento las lecturas aceptadas socialmente estaban vinculadas con obtener información e instrucción moral.

Un enfoque histórico del libro y las vicisitudes de la lectura puede ayudar a ampliar la mirada para comprender lo que está ocurriendo hoy con las nuevas formas de leer.

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