Espectáculos

Pron: una dolorosa reconstrucción

Por: Juan Aguzzi. En “El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia”, Patricio Pron indaga en la forma de una crónica autobiográfica en la historia política de sus padres con la memoria viva en un pasado de represión y heridas.

"El libro tiene como finalidad contribuir a la discusión entre padres e hijos", dijo Pron.

Bajo el lírico título de  El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, el escritor rosarino afincado en España Patricio Pron construyó una novela en la que indaga en la historia política –y de vida– en la que se movieron sus padres que, ahora puede verlo, en la forma de cómo lo deja escrito en este texto, influiría definitivamente en ese interludio existencial donde se combinan los recuerdos de la infancia con aprehensiones que se llevan impregnadas en la vida adulta y generan inestabilidades que se tornan naturales. Y que tienen consecuencias como tratamientos o automedicación donde por momentos todo parece tambalear alrededor hasta que, siendo escritor como es Pron, esas penas o dolores van descubriéndose en una narración que, tal como una lente de aumento que permite hacer foco sobre lo borroso y riesgoso, conduce a territorios vitales del pasado del autor.

El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia representa un poco esa luz sobre el pasado familiar del escritor, una luz que refleja sin tapujos la turbulenta Historia Argentina de las últimas décadas –que tiene su corolario sangriento durante la última dictadura cívico-militar– a partir de una aceitada interrelación entre lo privado y lo público. La dolorosa entrada en esa interioridad tiene como excusa el viaje que hace el personaje-autor a su país, Argentina, con motivo de una grave enfermedad de su padre que yace internado en un hospital. Allí entonces, en ese contacto con lo familiar y con el entorno, se inicia un reconocimiento del camino recorrido por sus padres como militantes políticos y por las heridas profundas que, como sobrevivientes, hubieron de cargar sobre sus espaldas.

Una misteriosa desaparición en el pueblo de donde es oriundo el padre del autor, cuya referencia encuentra éste último en una carpeta, es un enlace directo que conduce a una figura trágica que ya es parte de la sustancia argentina, la del “desaparecido”, lo que lleva a interrogarse acerca de si alguna escabrosa simetría envuelve sin tregua esos acontecimientos ; en la reconstrucción de esa desaparición que luego se revelará como un crimen, en su relación con otra perpetrada durante la última dictadura, en las divagaciones y reflexiones con las que el autor trata de acercarse a un fondo que parece inalcanzable cobra forma un apasionante retrato de la intimidad de Pron, un viaje por la memoria marcadamente autobiográfico –una suerte de ajuste de cuentas donde el autor parece adquirir una conciencia más política– durante el cual van revelándose la fuerza de sus ideas y donde optimismo y pesimismo parecen ser las dos caras de una misma moneda.

El tono que adquiere El espíritu de mis padres… es de este modo interior. Pero el mismo Pron admite que el objetivo de esta “crónica documental”, escrita con refinamiento tuvo una profunda encarnadura. “…fue una novela difícil de escribir y es un libro del que aún hoy me cuesta hablar. Uno de esos textos que uno no escribe para su propio beneficio sino para el de los lectores y cuya escritura no constituye un derecho sino una obligación, y una dolorosa”, afirma Pron.

En la conversación que sigue, antes de la presentación del libro en Rosario en los altos de la librería Ross, Pron describe las preocupaciones fundamentales y constantes que lo llevaron a escribir esta novela lúcida de rica economía expresiva.

—Si bien puede decirse que toda ficción es autobiográfica, esta novela tiene un carácter fuertemente indicial, lo que la deja ver como una autobiografía en clave de ficción, ¿la ves realmente como una escritura de la experiencia del “yo”?

—Si pensamos en ese yo en términos más amplios de lo que se lo piensa habitualmente (es decir, no tanto como una entidad monolítica y llena de certezas sino como una figura en permanente construcción y llena de interrogantes) y admitimos el hecho de que ese yo también es memoria y que ésta no siempre es veraz, la respuesta es sí.

—Me parece ver también un impulso de confesión en el modo que te situás en el relato; se me ocurre la idea de un registro literario-documental y el autor que interviene admitiendo más pérdidas que ganancias como suele pasar en muchos documentales de autor, por la necesidad de dar cuenta de lo frágil de la experiencia de vida.

—Así es. Nos gusta pensar en las autobiografías como el resultado de la escritura de ciertas personas que al final de su vida podrían echar la vista atrás y recordarlo absolutamente todo, discerniendo entre lo accesorio y lo sustancial y poniendo orden en los hechos, pero la vida es mucho más complicada que eso y a menudo tiene bastante más que ver con las preguntas que con las respuestas. Una de las apuestas de este libro es, precisamente, no crear ninguna ilusión de que quien cuenta ha comprendido algo, sino más bien compartir una pesquisa e invitar a algunos lectores a hacer las suyas.

—En esa línea puede leerse un contexto donde los argentinos, padres e hijos, están indisolublemente unidos en la derrota, ¿necesitaste chequear con tu propio padre el carácter que terminaste imprimiéndole a los hechos, sentiste alguna presión por la interpretación que harías de esos hechos?

—No fue necesario chequear nada en particular, excepto ciertas fechas y algunos nombres, pero no con mi padre sino en libros y artículos, ya que algunos de los hechos que protagonizaron mis padres y la organización a la que pertenecieron han sido estudiados ya. Claro que estos son hechos, que pueden ser comprobados; las impresiones y las sensaciones no pueden ser constatadas, así que sólo podía escribir sobre ellas partiendo de una cierta convicción personal e intransferible. Naturalmente, escribir sobre estos hechos desde esa perspectiva hacía que el relato fuese incompleto y parcialmente erróneo, pero me tranquilizaba (y me tranquiliza) pensar que quien no estuviese de acuerdo con mi visión de los hechos podía contar su propia versión. Mi padre lo ha hecho, de modo que no pierdo la esperanza de que lo hagan otras personas, ya que este libro tiene como finalidad principal contribuir a una discusión entre padres e hijos sobre la responsabilidad individual de los primeros en los hechos trágicos del pasado reciente que aún está pendiente en muchos casos.

—¿Cómo diste con el registro que usás, ensayaste otros antes de encontrar el que te iba mejor?

—Por razones personales, vinculadas principalmente con el hecho de que yo soy un escritor de ficciones pero no sólo con él, traté de darle a esta historia una impronta ficcional e incluso escribí un par de versiones parciales en ese registro; pero después acepté el hecho de que no podía escribir esta historia sino como la historia había sido, o como yo recordaba que había sido. Era una cuestión de honestidad para con los lectores; una honestidad que a menudo está sobreestimada en literatura pero que a mí me parecía muy necesaria en este caso, no tanto para mí (que no me siento particularmente complacido por haberme expuesto de esta forma) sino para quienes fueron actores y testigos involuntarios de ella.

—Aparte de lo que anotás, ¿qué descubriste de vos durante el proceso de escritura?

—No demasiado; si acaso, quizás únicamente que el hecho de que yo sea un escritor tiene bastante más que ver de lo que yo creía o quería creer con la forma en que fui criado y lo que viví y el mandato que mis padres depositaron sobre mí y sobre mis hermanos como herederos de una experiencia política inacabada pero todavía vigente.

—¿Dirías que este libro se aparta de tu narrativa habitual?, ¿fue una novela planeada?

—No fue una novela planeada, pero supongo que ninguna lo es. En cualquier caso (y a diferencia de otras), fue una novela difícil de escribir y es un libro del que aún hoy me cuesta hablar. Uno de esos textos que uno no escribe para su propio beneficio sino para el de los lectores y cuya escritura no constituye un derecho sino una obligación, y una dolorosa.

—Aunque la novela tenga un eje a través del cual gira, las consecuencias de la terrorífica última dictadura, es al mismo tiempo expansiva por los niveles narrativos paralelos que ostenta: tu padre enfermo, tu vuelta al pago y tus reflexiones y sueños, el caso Burdisso, la información de los medios sobre ese caso, el hallazgo de la data que tu padre guardaba y que vas descifrando junto a la historia de tu niñez, ¿coincidís en esto?

—Sí. Mi intención aquí era mostrar que esa voz autobiográfica de la que hablábamos antes no es monolítica, sino el resultado de la superposición de materiales muy heterogéneos que deberían inducir a la sospecha antes que al convencimiento; pero también quería que este libro fuese una hoja de ruta para quienes, como yo en algún momento, estén haciéndose preguntas similares acerca del pasado familiar. Cuando yo hice mis propias investigaciones carecía de una guía para hacerlas, de manera que me pareció necesario que los lectores tuvieran la suya, y esa es una de las razones por las que escribí este libro.

—Puede intuirse en la novela que cuando mejor recordás, más imaginación parece estar funcionando para dar esa forma a tu pasado ¿se dio así en esta escritura?

—No, creo que hay muy poca imaginación en él. Aunque yo soy el menos indicado para decir estas cosas, que competen a los lectores.

—Hay momentos de calidez en el contacto familiar en un contexto de violencia explícita: la más actual con la desaparición y muerte de Burdisso, la anterior con la desaparición de su hermana y la supervivencia de tu familia en situación de presión y paranoia, ¿cómo surgió ese contrapeso?

—Quizás, si esta fuese una obra de ficción, no sería difícil responder esa pregunta; siéndolo, es absolutamente imposible, ya que (al menos en mi visión) las cosas fueron realmente así, como un rompecabezas cuyas piezas parecen no pertenecer a la misma imagen pero (con un cierto esfuerzo) acaban encajando y ofreciendo una perspectiva inédita que lo tiene todo: dolor y terror pero también solidaridad y belleza.

—Diste con un título muy poético, ¿se desprendió de la frase del párrafo donde apelás a esa idea o ya lo tenías?

—No, pero di con él durante la escritura del libro mientras leía un libro del poeta galés Dylan Thomas y me pareció adecuado para hablar de cómo, aun cuando pueda cuestionarse la forma en que se manifestó en la década de 1970, la voluntad de transformación que tuvo la generación de mis padres y lo que ésta hizo fue la manifestación de un espíritu que aún está vigente y que requiere otros métodos y otros actores para tomar algún día el cielo por asalto. Quizás haya llegado el momento de volver a pensar todas estas cosas, de nuevo y desde el comienzo.

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