Espectáculos

Muestra en Osde, para reinventar la pintura

“Pic-Fic” reúne a siete artistas jóvenes representantes de la pintura contemporánea y fue curada por la crítica  Beatriz Vignoli, quien describió el concepto y objetivos de su tarea. En el espacio Osde, hasta el 21 de mayo.

Por Javier Hernández   El pasado martes quedó formalmente inaugurada en el Espacio de Arte de la Fundación Osde (Oroño 973) la muestra Pic – Fic que curó la crítica de arte y periodista Beatriz Vignoli y en la cual confluyen siete artistas plásticos rosarinos representantes de la pintura contemporánea que, como explica la experta, “ni realistas ni hiperrealistas salen a pintar eso de lo real que es irreductible a la mera realidad”. A partir de unas setenta obras, Juan Balaguer, Javier Carricajo, Mario Godoy, Paula Grazzini, Pedro Iacomuzzi, Fernando Rossia y Jorgelina Toya, se nutren de las nuevas tecnologías de la imagen como un medio de interrogar la representación y el lenguaje.

Ya en 1978 el filósofo y sociólogo Jean Baudrillard decía que “disimular es fingir no tener lo que se tiene. Simular es fingir tener lo que no se tiene”, en una aproximación a uno de sus más conocidos trabajos, Cultura y Simulacro, donde reflexiona sobre cómo la realidad dejó su paso a una hiperrealidad, en donde la historia no existe y la gente se mueve en un “simulacro de realidad”.

Sostenida sobre una especie de epistemología de la pintura, la exposición –que seguirá abierta hasta el 21 de mayo– se propone reelaborar la tradición pictórica desde el presente. Como dice Vignoli: “Todas estas pinturas son simulacros, casi diría simulacro de simulacro porque se concentran en señalar lo que hay de artificio en la pintura”.

La idea de esta muestra surge a partir de Me importas tú, una muestra que se realizó en 2007 en el Parque España y que tuvo la curaduría de Eduardo Stupía. Pic – Fic, según Vignoli, “surge con la doble meta de por un lado romper con la pintura tradicional y al mismo tiempo con un campo social del arte muy congelado y detenido en el conceptualismo”.

“Esta pintura es contemporánea y posterior al conceptualismo”, sostuvo, al tiempo que destacó: “En la última década tuvimos un estilo dominante del arte contemporáneo regido por el predominio del objeto, la instalación y la performance, la muestra quiere demostrar que también hay grandes pintores pintando”.

Apenas el visitante ingresa al cuarto piso, las obras ponen de manifiesto una especie de relación con la comida, la mente y el cuerpo: “Yo quiero mostrar el valor metafórico que tienen esas categorías para estos artistas. Cómo y en qué medida no son realistas. Deliberadamente la muestra deja leer esas categorías, pero al mismo tiempo están ordenadas de tal manera que también se dejan leer como metáforas de otras”.

Atravesadas por el cine, la publicidad y la televisión, las obras marcan una especie de realismo crítico. “Lo que se ve no es la realidad sino una pintura de ella. Un realismo que es consciente de sus mediaciones –por lo que no es un realismo– que vira hacia una híper conciencia del lenguaje, y no sólo del lenguaje, sino del dispositivo completo de representación”, asegura Vignoli.

Con una narrativa de la imagen modulada por las retóricas visuales de los medios de comunicación de masas, “estos artistas están desmontando el dispositivo de representación completo: sospechan de la realidad al punto de sentir que es todo un gran artificio y desde ahí desmontan y rearman todo ese complejísimo sistema de representación en sus pinturas” refirió la curadora.

En este sentido, contó que en la obra de Balaguer, por ejemplo, “todo lo que se ve es literalmente carne pero, si se mira el título de una de las obras, De tripa corazón (foto), se ve que está usando la carne como un valor metafórico”.

“Un realista pintaría carne sin más. En Balaguer la carne se engancha con la subjetividad que aparece en las obras de Paula Grazzini, donde también la figura humana es recurrente. En ella, por ejemplo, una niña y una muñeca pueden ser símbolos de una tragedia shakesperiana. Así, Renunciamiento Uno, está inspirada en el personaje de Ofelia (de Hamlet) en la escena donde se suicida arrojándose al río. Hay una estructura de sentimiento que tiene que ver con lo romántico y con lo trágico”, sostuvo.

Tanto Javier Carricajo como Paula Grazzini trabajan con modelos. Son mujeres o niñas que de alguna manera actúan frente a la cámara hasta que logran una expresión o gesto que es lo que el artista buscaba. “Esa foto es el punto de partida para toda una elaboración muy compleja que termina en el cuadro pintado. Grazzini mezcla distintos grados de representación, distintos grados de iconicidad en una misma pintura como para revelar el artificio. No busca engañarte, no es totalmente hiperrealista el cuadro. Vos lo estas mirando y sos consciente de que estás viendo una pintura. En ningún momento creés estar viendo la cosa real”, acota Vignoli.

“Mi principal intención era romper ese borde entre lo pictórico y lo no pictórico dentro del arte contemporáneo. Pero además era una apuesta a generar una apertura del campo cultural del momento, de la coyuntura”, confió Beatriz Vignoli. 

Dentro de las actividades previstas para esta exposición, con entrada libre y gratuita, el martes 26 de abril a las 18, se llevará a cabo un encuentro con la curadora que contará con la participación de los artistas que formaron parte de la muestra. Asimismo, el 3 de mayo la crítica de arte Ana Martínez Quijano brindará una conferencia titulada El aura recuperada en donde, como dijo Vignoli: “El título de la conferencia es la explicación a la pregunta con la cual yo fui a buscar a estos artistas. Porque la pregunta es ¿Por qué pintan? Martínez Quijano dice que es para recuperar el aura. Ellos dicen que es porque les gusta pintar”.

Alimentándose de las mismas armas con que se creyó haberlas matado, en un guiño implícito a Néstor García Canclini y su obra Culturas híbridas, para Vignoli la pintura “no se puede pensar hoy separadamente del cine”, por lo que la muestra “busca reinventar la pintura desde la pintura; pintar desde el presente con una mirada formada en los medios audiovisuales electrónicos y modernos”.

Amante del cine de Hitchcock, las misteriosas obras de Javier Carricajo trabajan con técnicas pictóricas del flamenco imbuidas de aspectos de terror cinematográfico. “Estas obras tienen un carácter ominoso y a la vez muy sensual. Después hay cierto carácter levemente perverso que produce una especie de goce que toca en lo real. Carricajo no parte de la realidad, parte de lo real. De lo real subjetivo, esto que te pasa cuando ves que no tenés palabras”,dice Vignoli.

Otro que sigue la línea del cine es Mario Godoy. “Él trabaja las imágenes como un director de cine elaborando escenas y eligiendo locaciones. Encuentra muñecos o juguetes; va a lugares donde los venden rotos y después los restaura. Su obra es angustiante porque es siniestra, porque de alguna manera animiza el juguete y lo convierte en un símbolo muy profundo del abandono infantil”, describe la curadora.

El tránsito concluye en el quinto piso con la singular obra de Fernando Rossia que consigue desestabilizar y sacudir al espectador de una bofetada. “Él lleva el simulacro al extremo, al punto de simular la pintura, además de que, de alguna manera, es la más avanzada tecnológicamente, pero la que más atrás se va en la historia del arte porque desfonda el horizonte del Renacimiento llegando al gótico”, destacó la curadora.

En Pic – Fic cada obra brinda un elemento que permite al público identificarse, disfrutar, angustiarse, sentir miedo o pena. “Elegí obras donde estuviera presente la figura humana o algún objeto que funcione como alegoría o metáfora. Las vacas de Toya son eso: la manera de pintarlas, es como si estuviera pintando seres humanos. Pienso que por el lado de la empatía, con el modelo o la figura representada, a uno le pueden pasar muchas cosas”, marcó Vignoli.

Influenciada por El Sofista de Platón –entendiendo la pintura como una mímesis fantástica, una imitación que además inventa, y es una de las formas de pintar– la hipótesis que Vignoli plantea al comienzo de la muestra sugiere que: “la pintura, de entre las bellas artes, es aquella que mejor habilita el espacio de la ficción”.

Beatriz Vignoli y el creador de la obra, Juan Balaguer

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