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El flexible músculo de la opinión pública nacional

El affaire Martín Redrado-Luciana Salazar fue otra incógnita en el insondable termómetro con el que la gente acepta o rechaza la vinculación entre personajes del universo político y los de la farándula. Por Leonel Giacometto

“Una cuestión menor”, definió Redrado a una pregunta sobre su relación con Salazar.

Dicen que por aquella época fue Roberto Galán quien los presentó, tal como hace unos años Pancho Dotto lo hacía con sus modelitos y el poder político del siglo que se estaba terminando. Dicen que el círculo íntimo de militares que rodeaba a Juan Perón se la hizo ver negra al General cuando empezó su amor con Eva Duarte. Pero al parecer a ninguno de los dos les importó, y dicen que la misma Eva fue una de las pioneras en comenzar a divulgarlo y que de a poco la cuestión en secreto se hizo insostenible. Y así, con su pasión inclasificable hecha arsenal, Eva Duarte empezaba a dimensionar apenas la enormidad de ser Evita, y Perón usufructuaba la cuestión a favor del Estado y su gobierno la hacía líder y mártir después. Pero al principio Evita era actriz y para aquella época, muchos militares y demás sectores de la sociedad esa situación la emparentaron (y emparientan) al más viejo de los oficios terrenales. Hoy el ojo está puesto más en las chicas del tipo vedettes que en las actrices pero igual muchos empresarios, políticos y deportistas pagan el silencio mediático de un suceso que, aunque placentero y deseado, sólo duró lo que tenía que durar y que jamás debería ver la luz pública. Pero, como Evita, con mayor o menor suerte o cabeza, la pasión puede mutar efecto y ese efecto se puede hacer afecto y así conjugar lo social con la imagen y ser, a fin de cuentas, mejor de lo que se piensa que es. Esto funciona desde la televisión, pero a veces la cuestión no pasa de una cama.

Tu misterioso alguien

¿Qué imperiosa necesidad de qué cosa se le cruzó por la blonda cabeza al economista devenido político casi cincuentón (Hernán) Martín (Pérez) Redrado semanas después de haber terminado su gestión (con autoacuartelamiento incluido) a la cabeza del Banco Central en 2009? ¿Qué pensó ahí encerrado ese tiempito con toda la plata (real) por él custodiada? Se vio enorme y se vio por la tele. Y no fue el impresionante (porque impresiona) culo de la sobrina de Evangelina Salazar lo que vio, sino la posibilidad del todo que también incluía ese culo pero que ambicionaba más y casi que vio la posibilidad concreta Redrado de dejar de ser un político de rango operativo digamos, y transformarse por fin en un nombre y apellido de la política argentina al que se lo ama u odia con el mismo fervor con el que se ama u odia a sus jefes (Néstor Kirchner, Eduardo Duhalde, etc.). Por eso meses después de su ida del Banco Central empezaron los rumores sobre una supuesta relación amorosa entre él y Luciana Salazar. Lo de relación amorosa, entiéndase, no es lo que Moria Casán definió como touch and go (o sexo express), sino como la puerta de la casa que esa yunta comenzaría a construir, con jardín, perros e hijos incluidos, a lo Valeria Mazza digamos. Esta presunción funciona en algunos casos, siempre y cuando la cruza entre lo mediático y lo político respondiese (a la fuerza a veces) a por lo menos un interés común en cuanto a lo que, mediáticamente hablando, esa junta produciría para afuera. Adentro es otra cuestión y más aún cuando desde el arranque la cosa se impone como un simple “toco y me voy”. Ahí es otro cantar y no hay ni hubo rincón de la cama política que no haya sido dualmente deseado por una cámara de televisión. Pero el silencio vale más a veces, y sobre todo por la tele. En ese sentido (y en el otro también), la que mejor estaría jugando en ese terreno de la tele que vendrá y la política que vendría, es Pamela David, que asiste y es parte de la metamorfosis de Daniel Vila por, principalmente, América TV. Pero Lulipop cara y actitud de soñar con eso nunca tuvo, aunque es probable que, después de todo, como Luciana Salazar sólo existe a través de su propia construcción personal hecha a partir de lo que el ojo masculino requería, así digamos, es probable que Lulipop haya tenido algún tipo de deseo sobre esa cuestión. Hoy al parecer ya no lo tiene y anda por Estados Unidos entre unas reparadoras vacaciones del corazón y la participación (como actriz) en la nueva película que Alejandro Agresti está filmando allá, con (entre otros) John Cusak, y que lleva por título Dictablanda. Mientras tanto, acá, por la tele, Redrado coquetea con ciertos periodistas políticos, quienes sólo cuarenta minutos después del reportaje, después que Redrado vomitó sus intenciones para con el país, sólo ahí, el periodista puede preguntar sobre el affaire. “Una cuestión menor”, responde él. Y todos contentos. Ella hizo su trabajo y siguió. Él también y ahora está en la tele. Los motivos para estar y permanecer en la televisión de parte de ciertos políticos no miden improntas ni vergüenzas ajenas: el acceso a la maquinaria del país bien vale ese sacrificio. Pero, al parecer, alguien se enojó. Y mucho. Tanto que, urgente, este alguien le dijo a su marido que o actuaba él o actuaba ella. Por eso fue el mismo Eduardo Duhalde quien habría hecho bajar dos escalones a Redrado con la argumentación que “esa chica” no le convenía, y que mejor la cabeza la pusiera en su precandidatura a la silla donde ahora se sienta Mauricio Macri. Chiche Duhalde es el termómetro moral de todo un movimiento y eso se nota muy bien en su descendencia: una de sus hijas es monja.

La nebulosa

Calculado todo desde el vamos, o improvisando sobre el suceder de los acontecimientos y sucesos que se iban dando a medida que el tire y afloje de las versiones entrecruzadas, los rumores, los fotomontajes y un despilfarro de elucubraciones varias iban y venían, el affaire mediático entre Luciana Salazar y Martín Redrado pone y puso en evidencia, una vez más, el desatino de varios políticos a la hora de, estando en campaña electoral o similar, hacerse visible en el universo de lo mediático, imponiendo o tratando de imponer una construcción digamos acorde a lo que, supuestamente, la opinión pública “acepta” o “aceptaría” como idóneo para ser votado y así ser parte de quienes rigen los destinos legales, sociales, culturales y económicos de aquellas presunciones extrañas que forman esa nebulosa llamada “opinión pública”.

Contame cómo es Harvard

Habiendo o no habiendo muchos intereses en juego, el affaire Redrado-Lulipop disparó para cualquier lado y rozó la intangible definición de lo que se llama “opinión pública”. Para algunos la opinión pública respondería a un puritanismo que, obviamente, esconde una aceptada doble vida, un machismo enorme y una fachada pública sobre la cual la política argentina, en conjunción con lo que se llama farándula (gente que aparece y vive en y de la televisión), manipula según el termómetro de “lo que dice o diría” la opinión pública. Qué cosa y cómo se mide la opinión pública, en una generalidad y haciendo foco en lo político y lo mediático, ante todo se divide en dos grandes franjas: una franja se llama “Ciudad Autónoma de Buenos Aires”, y la otra tan sólo “el interior”, donde muchos presuponen de la misma manera que lo hizo una vez Sofía Loren antes de conocer el país: que todos andan correteando blandiendo al aire las boleadoras para cazar. Una injusticia más de la imagen que se forma. De ahí las dos franjas se subdividen en varias más según peso, altura, edad, estudios declarados, situación patrimonial, gustos varios, sector habitacional, etc. Pero siempre se parte de la idea que la opinión pública es puritana, católica, monogámica, paternalista y, sobre todo, la opinión pública argentina es generosa, como su pueblo. Pero nunca se puede estar seguro sobre qué cosa hay de cierto en todo eso y por qué por ejemplo Carlos Menem, que había ingresado a su primera presidencia de la mano de su mujer de siempre (Zulema Yoma), a los meses literalmente la dejó en la calle de enfrente de Olivos y empezó el fulgor fiestero. Un sector de la opinión pública reivindica ese accionar, del mismo modo que se presumió que Redrado al “comerse a Lulipop” se haría, digamos, más popular. Un desbarajuste del sinsentido que no deja en claro nada sobre el qué quiere la opinión pública o si, después de todo, son más o menos 5 personas las que presuponen todo y experimentan sobre un país, que a veces le viene bien cualquier cosa.

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