Espectáculos

Innovadora versión de “Doña Disparate”

La directora Patricia Ghisoli, con dirección musical de Ariel Migliorelli y grandes actuaciones, logra una potente versión de la obra de María Elena Walsh, al frente de la Comedia Municipal Norberto Campos.


Doña Disparate y Bambuco

Autor: María Elena Walsh
Dirección: Patricia Ghisoli
Dirección musical: Ariel Migliorelli
Asistencia de dirección: Melisa Martyniuk
Actúan: María del Carmen Sojo, Julia Castillo, Mariano Di Franco, Facundo Fernández, Alejo Castillo, Gabriel Marinucci
Escenografía: Ramiro Seghezzo y Andrés Gimeno
Luces: Alejandro Ghirlanda
Vestuario: Simone Delannoy
Maquillaje: Ivana Roselli
Sala: La Comedia, Mitre y Ricardone, viernes a las 21, sábado y domingos a las 16

 

La singularidad como una manera de ver y de entender el mundo, la decisión política de avalar el deseo y la mirada propios y, también, el riesgo y la incertidumbre frente a lo desconocido por encima de la versión supuestamente correcta y aceptada por el canon social. Así, el universo poético, bello, onírico y arbitrario de la inmanente y siempre adelantada a su tiempo María Elena Walsh se abrió camino por generaciones, dejando una estela de luz que ilumina en el presente y que, siempre, vuelve a llenarse de interrogantes a la hora de repensarlo.
Ahora, ese mismo universo de recodos absurdos sólo comparable con el imaginario de la mismísima Alicia de Lewis Carroll, se dimensiona en la nueva apuesta de la Comedia Municipal de Teatro Norberto Campos a partir del estreno de Doña Disparate y Bambuco, dada a conocer por María Elena en 1963. Se trata de la segunda producción del proyecto estatal inaugurado el año pasado con Relojero, de Armando Discépolo, que el viernes último se estrenó en La Comedia, donde seguirá en cartel hasta el 14 de septiembre.
Allí, problemáticas de interés reveladas en la vasta obra literaria y musical de Walsh, como lo inquietante o inexplicable de la infancia (Bambuco) y lo absurdo de lo supuestamente aceptado y correcto del mundo de apariencias de los adultos (Doña Disparate), aparecen iluminadas y resignificadas por un criterio innovador, para nada pretencioso, pero que, al mismo tiempo, conserva la esencia humorística y paródica del original aunque aquí los dos actos y las nueve escenas están acotados a un acto único, potenciado por un atinado criterio de puesta en escena, donde cada cuadro se construye a partir de la presencia de un objeto móvil que se vuelve disparador y evocador del momento narrado.
Un grupo de personajes se dispone a contar una historia que, se cree, es conocida. De todos modos, lo que vale es el relato y los recursos elegidos para poder desandarlo. En el medio, una serie de digresiones poéticas, en su mayoría vinculadas con el humor asociado a la estética del clown y la empatía con el público, harán el resto, en el contexto de este mundo que, en sí mismo, es una invitación a vivir la vida sin miedos.
Un chofer de tranvía irrumpe en la escena: lleva consigo los despojos de lo que el imaginario popular podría reconstruir como viejos juguetes, viejos carros de madera que, resignificados en su uso, aparecen en escena sobre un atinado tapete blanco que se irá impregnando de colores, como si el chofer, también escapado de un arcón y como el viejo Geppetto, pudiese dar vida a esos otros juguetes-personajes que poco a poco volverán a la vida. Allí están Doña Disparate y Bambuco, los protagonistas de esta aventura, bellos, por momentos desolados, por momentos inocentes o cómplices, en busca de la Naranja. Son los personajes imaginados por María Elena hace cinco décadas, pero también están esos otros que abrirán el juego a la ilusión y a un absurdo que, con ingenio, ahora es más deliberado, en una relación claramente dialéctica entre parlamentos (que también han sido intervenidos y contextualizados) y pasajes musicales de valiosa factura.
La Señora de Morón Danga, el Bombero, la Reina Gulumía, el Mono Liso, la Gioconda y hasta la infaltable Manuelita tendrán sus momentos en este relato plagado de guiños al público, que irremediablemente se volverá niño por un rato.
Apelando a la estética del clown, con su consabida vitalidad y permeabilidad desde la escena, y apoyada en un universo sonoro que, más allá de todo, reconstruye (sin llegar a la lógica del musical) las canciones que atraviesan la obra con un incuestionable tono contemporáneo que, sin embargo, mantienen el rasgo clásico, la directora Patricia Ghisoli logra poner en escena un material complejo en relación con las cuestiones que atañen al teatro contemporáneo: la vulnerabilidad de los personajes, abordados por un plantel de actores definitivamente maravilloso, al que se suman dos músicos que, cada uno a su tiempo, tienen incidencia en el relato, reconstruyen el imaginario propuesto por la obra a instancias de la memoria colectiva pero, también, se permiten algunas licencias estilísticas jugando a prueba y error y habilitando mínimos momentos ligados a la improvisación que, seguramente, con el paso de las funciones irán sumando eso que sólo se logra con la imprescindible presencia del público, sin duda (y enhorabuena), el gran destinatario de este espectáculo.
Si bien se trata de un infantil, esta versión está planteada para todo público, incluso para un público mayor a siete u ocho años. De todos modos, las metáforas, algunas feroces otras sutiles, encierran en sí mismas guiños a los adultos que encuentran en la propuesta un viaje a la niñez con un tono extremadamente actual mientras dejan escapar, felices, algunas estrofas de aquellas viejas canciones como “El último tranvía”, “Canción del tomar el té”, “Canción de la lavandera”, “Manuelita la Tortuga”, “La calle del gato que pesca”, un bellísima versión de “Los Castillos” y el infaltable “Twist del Mono Liso”, que recorren la obra con música e interpretaciones en vivo aunque con ritmos atinadamente llevados a otros registros más vigentes como la cumbia santafesina o el rap.
Apoyada en la carga emotiva que conlleva el material y el potencial sonoro que aporta el talentoso músico y arreglador Ariel Migliorelli desde la dirección musical, que con su trabajo pone al montaje en un lugar de gran jerarquía, a nivel estético, la puesta está plagada de hallazgos: las dimensiones de lo naïf parecieran arreciar a lo largo de una puesta dinámica en la que el color (desde el vestuario hasta la atractiva lógica figurativa de los objetos escenográficos) aporta sentido, la luz, los climas pertinentes, y las actuaciones de María del Carmen Sojo como Doña y Mariano Di Franco como Bambuco, a los que se suman Julia Castillo y Facundo Fernández con varios personajes cada uno, con el condimento imprescindible para que el estado de perplejidad al que alude la autora se haga presente en escena a instancias de una acción dramática que se construye en base al diálogo constante de todos estos factores.
Incorrecta políticamente, con guiños y cuestionamientos a María Elena y al público pero con la atinada cuota de desparpajo, delirio y ternura como para contar una historia que es la perfecta conjunción de lo incorrecto con lo bello, de lo ilógico con la tradición infantil, esta versión de Doña Disparate y Bambuco lleva en sí misma el enorme mérito de devolver a los adultos a la infancia: por un tiempo, los niños aquietados en algún lugar por eso que la vida determina para los adultos, se sumarán al juego en un viaje delirante con destino a París, lleno de pasajes y atajos maravillosos, que acontece a unas pocas cuadras del río Paraná.

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